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VIDA

escrituraupmijas

Tenían que seguir dando vueltas por las calles, llamando a las puertas para preguntar si habían sido invadidos al igual que la gran mayoría de la población.

En el pueblo todo transcurría de forma rutinaria día tras día sin grandes sobresaltos. Al despuntar la mañana, los adultos acudían a su quehaceres y los niños al colegio, sin más.

Estamos en Mijas, un lugar precioso en la falda de la montaña, observado y custodiado desde la ermita por la Virgen de la Peña, su patrona. Sus calles son angostas y empinadas, los muros henchidos de cal hacen que resalte la blancura de sus casas. Sobre las fachadas resplandecen las alegres macetas de geranios y gitanillas.

Durante el transcurso del día los habitantes fueron sintiendo una necesidad de recogimiento, de finalizar sus tareas para volver a casa lo antes posible y quedarse allí.

No era miedo lo que sentían, pero sí que debían estar en casa, en silencio, en paz, recordando momentos pasados con cierta añoranza y agradecimiento por haberlos vivido; depositando esperanzas e ilusiones en el futuro, sin energía para vivir el presente.

Sólo permanecían por las calles los niños que habían estado jugando junto a la muralla desde donde la brisa del mar les susurraba canciones embriagadoras de júbilo y alegría que recorrerían sus cuerpecillos y los invitarían a saltar, correr e ir de casa en casa, a ellos no les había invadido la melancolía de lo que pudo haber sido y no fue.



Ángeles Gómez Trujillo

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