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ATARAXIA

escrituraupmijas

Actualizado: 31 may 2021

Pintora: Leti Cheminade

Escritora: Dunia Hamed


Leti pintó este cuadro con la intención de que un alumno de escritura lo relatara. Aquí podéis ver el resultado de ambos trabajos de libre creación.


Sebas llegó a casa cansado y de muy mala hostia. Cada vez odiaba más ir a las reuniones del Ateneo. Siempre la misma charla, las mismas caras y el mismo tedio.

Al principio disfrutaba filosofando con los colegas entre porros y litronas. “Que si el Estado opresor, la precariedad laboral, el totalitarismo del mercado, el neofascismo…” Era llegar a las asambleas y sentirse lleno de vida. Sin embargo, ahora que las primeras canas habían empezado a hacerse notar, cada día se sentía más vacío y desmotivado. Sus ideales, antaño su motor, habían pasado a ser simples palabras que de tanto repetirlas terminaron por perder su esencia. No quería admitirlo, pero su hartazgo no era más que la toma de conciencia de que eran un grupo de jóvenes sin futuro hablando con nostalgia de un pasado glorioso que nunca habían conocido.

Ya iba para seis años que Sebas había dejado su ciudad natal en busca de una oportunidad que cada día se parecía más a la leyenda del Dorado. Y él no tenía madera de conquistador. «Al menos los viejos que se reúnen en el Hogar del Jubilado a despotricar contra el Gobierno, ellos sí han vivido aquello de lo que hablan», se dijo con cierta amargura.

Un gruñido en el estómago le recordó que llevaba ya varias horas sin probar bocado. Se dirigió como un autómata a la nevera. Comprobó con resignación que sus compañeros de piso se habían comido el tupper de croquetas que le había dado su madre la última vez que se pasó por casa para verla, y ya de paso pedirle que le prestara algo de pasta. «Seguro que se las ha zampado el caradura de Juanra», supuso mientras cerraba de un golpe el frigorífico. «Bueno, pues me pido algo, que paso de bajar al súper» se dijo mientras se sacaba el teléfono del bolsillo y empezaba a abrir la aplicación.

Tras comerse una pizza se dirigió a su cuarto con idea de tumbarse a escuchar música mientras llegaba la hora de irse a trabajar. Se estaba quitando la ropa cuando se dio cuenta que se le había caído del bolsillo de la chaqueta un sobre pequeño y de color rojo en cuyo reverso se podía leer un sugerente “Cómeme”. Abrió el sobre y comprobó que contenía tres pastillas con forma de seta. «¿Cómo habrá llegado esto a mis bolsillos?», se preguntó todo extrañado, «Da igual. Ahora son mías», dijo mientras se metía una en la boca.

Se quitó los zapatos, se tumbó en la cama y encendió la vieja radio que le regaló su hermano cuando se fue a estudiar a la Universidad. Sonaban Los Planetas, uno de sus grupos favoritos.

—Estoy harto de esperar, estoy harto de intentarlo, estoy cansado de seguir igual, algo tiene que cambiar —canturreaba sintiéndose cada vez más relajado.

La rigidez de su mandíbula fue aflojando. Los ojos le pesaban y comenzó a sentir su cuerpo fundiéndose con el edredón. Ataraxia.

De repente se abrió un agujero en el techo de la habitación y ante sus ojos apareció un escenario. En él una hormiga montada en el caparazón de una tortuga utilizaba todo su ingenio para conseguir llegar a una montaña de sushi.

«¿Sushi? ¡Que pijas se han vuelto últimamente las hormigas!», pensó Sebas, «¡Y encima se aprovecha de la tortuga! ¡Qué mala compañera! Ya no hay respeto ni en el reino animal. ¡Tirana! ¡Explotadora!», farfulló con la poca energía que le quedaba.

En escasos minutos Sebas pasó de estar en calma a experimentar un vigor que hacía ya mucho tiempo que no sentía. Estaba indignadísimo y arremetía contra la hormiga con toda su rabia. Cuando se hartó de insultar a la hormiga, la miró fijamente. Notó que ella tampoco mostraba ningún signo de alegría, más bien al contrario. Sus ojos miraban fijamente al vacío y sus antenas estaban caídas y sin vitalidad. Sus movimientos al igual que los de la tortuga eran mecánicos y carentes de vida.

Empezó a ver la situación desde otro prisma.

—Claro, si es que a ella también le han comido el coco —exclamó enfurruñado—. Seguro que se tira todo el día montada en la tortuga “esa” pensando que es alguien porque ya tiene una subordinada. Alguien a quien mandar. ¡No, hormiga, no! Estás muy equivocada. Eres una pieza más de este jodido sistema en el que nos hacen creer que sólo hay dos bandos, explotar o ser explotado. Bájate de la tortuga y alíate con ella. Di basta. Bájate, bájate, bájate —arrancó a gritar Sebas con fuerza.

De repente, comenzó a escuchar una voz familiar llamándole por su nombre mientras sentía que le tiraban con fuerza del brazo. Abrió como pudo los ojos y vio a Juanra sentado junto a él en la cama.

—¡Tío, te has quedado dormido! ¿Qué demonios estabas soñando que no parabas de hablar?ꟷ —le preguntó Juanra todo interesado.

—ꟷNada, nada. Chorradas mías, ya te contaréꟷ —respondió misterioso—. ꟷPor cierto, pásame el teléfono de tu primo Pepe, el de la imprenta.

Sin dar más explicaciones, Sebas se dirigió a la cocina, cogió su mochila amarilla de Glovo y salió sin despedirse. Mientras esperaba al ascensor, abrió el grupo de WhatsApp del trabajo y escribió el siguiente mensaje: “Convocatoria de huelga”. Se guardó el teléfono en el bolsillo. Sonrió y empezó a bajar los escalones de dos en dos lleno de vitalidad mientras tarareaba lleno de vida: estoy cansado de seguir igual, algo tiene que cambiar. Sus ojos habían vuelto a brillar.

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