En primavera, cuando decidí escribir, lo primero que hice fue hacer una lista... Necesitaría un cuaderno, lápiz, goma, bolis y rotus chulos. Una linterna, mi inhalador, un pañuelo para cubrirme la boca, sábanas para el fuerte, unos prismáticos (¡con visión nocturna a ser posible!) Y algo para protegerme por si me quieren llevar a mí también. ¡Y chuches! Muchas chuches.
La mayoría de cosas podía encontrarlas por mí misma, pero con los prismáticos tendría que pedir ayuda a mi padre. Aunque no me gustaba pedir cosas caras, esto era por una buena causa.
Los deberes y las clases me quitaban mucho tiempo, pero pude montar el fuerte y siempre que podía, pasaba tiempo en aquella habitación. Y cuando por fin lo reuní todo (menos los prismáticos que no conseguí ni llorándole a mis abuelas), nació el “Cuaderno de Análisis de Portales y Humanas Desaparecidas”. O C.A.P.Hu.D para los amigos.
Era algo profesional, así que la primera página debía estar en blanco, como las libretas de clase. Pero esta era más guay, porque podía decorarla como quisiera y dibujar entre el texto sin que me regañaran.
Desde que desapareció mi madre, empezaron a pasar cosas extrañas en la habitación donde ella pintaba, ahora llena de telarañas y polvo. Las pinturas y pinceles desaparecían, los lienzos cambiaban mucho de sitio y al final desaparecían también. Por suerte desde mi fuerte pude documentarlo todo y tenía pruebas de sobra para demostrar que tanto a mamá como a todas sus cosas se las había llevado un portal. Todavía no sabía si habían sido extraterrestres, magos o un león parlante que necesitase su ayuda para salvar su mundo. ¡Pero lo iba a averiguar!
Metí la mano en la bolsa de chuches, sin dejar de dibujar un león con la otra y la saqué sin nada. Era hora de ir a por provisiones. Busqué por toda la cocina y nada. A mi padre se le había olvidado hacer la compra otra vez, solo quedaba comida de pájaros y un yogur griego en la nevera. Mientras me lo comía pensé: ¡A este ritmo me vuelvo vegetariana!
Tiré la cuchara al fregadero repleto de cacharros y decidí dejar mi investigación en pausa para jugar con Mango, desde que mamá no estaba, estaba muy triste. Pero para mi sorpresa, cuando fui al salón a verla a su jaula, solo vi a mi padre, serio. No me dejó asomarme a verla, solo negó con la cabeza.
—Nos ha dejado, cariño. Lo siento.
—¿También ha desaparecido?
Volvió a negar con la cabeza mientras se agachaba a abrazarme. Y yo correspondí con una sonrisa.
—No pasa nada, papá. Las encontraré.
Mónica A.M.
Comments