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escrituraupmijas

Espera

En primavera, cuando decidí escribir, lo primero que hice fue hacer una lista. Las

palabras que me venían a la mente eran todas inconexas: blanco, vegetariana,

humanos, griegos, flores, campos… ¿Qué hacer con ellas? ¿Cómo contar nuestra historia ahora que el futuro se tornaba tan incierto?


Entraba por la ventana un sol tímido que apenas calentaba la habitación. Tu ropa de antes, la ropa con la que llegaste, estaba bien doblada y guardada en un pequeño armarito blanco, impoluto. Su blancura y la de la cama con cabecero de hierro, contrastaban con el azul de la pared de atrás. Me recordaba a esa otra primavera en la que, exultantes de juventud y curiosidad, nos fuimos con la caravana a recorrer el mundo. ¿Te acuerdas de aquel pequeño pueblo griego? Allí probamos platos nuevos riquísimos.

−Si la verdura fuera así en nuestra tierra, podría volverme vegetariana− dije.


Tú te reíste a carcajadas (como hace mucho que no haces) y me contestaste que una chica que adora el jamón no podría ser nunca vegetariana.


¡Qué lejos quedaba todo ahora! Desde aquí lo de fuera, lo de antes parecía irreal: las flores amarillas de los campos camino al pueblo (esas que tanto te gustan, las que

conoces por sus nombres); los juegos de los niños en el parque; la música de la terraza

del bar de copas…


Perdida en mis ensoñaciones se me había pasado el tiempo. Hacía ya más de dos hora que entraste en el quirófano. Era poco tiempo para extirpar un tumor cerebral, lo sabía.


−Ten paciencia, está en buenas manos− me dije. Pero me temblaban los dedos y me costaba seguir escribiendo.


−En este hospital son muy profesionales y, a la vez, muy humanos en el trato con

pacientes y familiares− me dijo una amiga.


Pero yo no quería, no necesitaba que fueran muy humanos. Quería que fueran dioses, dioses todopoderosos, y que hicieran por esa vez un milagro.



Anónimo

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