Tenían que seguir dando vueltas por las calles, llamando a las puertas para preguntar… Cualquier cosa, no era importante la pregunta y daba igual la respuesta. Era un juego, un juego de esos de poner castigos, de poner prendas que delante del grupo debes superar. A determinadas edades, la pertenencia, la aceptación de tus iguales, de tus amigos con los que te mides cada día, es mucho más importante que la vergüenza o el mal rato de una contestación o una palabrota. En cada puerta le tocaba a uno y todos preferían que les tocase enfrentarse a un frío e inofensivo portero automático.
En eso habían echado la mañana, y como la cosa no daba mucho de sí, decidieron que en grupo, siempre con el respaldo del grupo, a la primera puerta que les abriese le iban a brindar las canciones más guarras que se les ocurriera. Ese era el plan de la tarde pero por unas cosas y otras no acudió ninguno a su lugar de reunión y el pobre Nacho se vio solo.
Deambulando sin rumbo fijo, cansado de escaparates y de ver pasar las motos con las que soñaba, dio de bruces con la puerta de un edificio que ponía Biblioteca Pública Municipal. A esa puerta no había que llamar, solo entrar y ver que podía encontrar de interés.
Al poco se le acercó la bibliotecaria que le preguntó qué temas le resultaban más atractivos de los muchos que la biblioteca podía ofrecerle.
―Quizás algo de miedo, de suspense o de monstruos, qué sé yo.
Buscó entre hileras de estanterías leyendo los títulos de los que le llamaron la atención, y también abrió alguno como si fuese a encontrar algo diferente a la blancura del papel, tinta y letras. Al colocar uno otro le cayó encima y de milagro consiguió cogerlo antes de que llegase al suelo.
Quizás ese libro era para él, le había escogido como lector. Sea como fuese se puso con él sin demasiado entusiasmo. Poco a poco se fue metiendo en la trama e interesándose por el argumento que le presentaba.
Era de una niña que tenía una enfermedad degenerativa que no tenía cura y que pronosticaba una vida breve acompañada de terribles dolores. El padre, su único pariente, que estaba al cuidado era pobre y no podía hacer frente a los gastos de la enfermedad de su hija. Verla sufrir y ser testigo de su deterioro le sumía en un estado de melancolía y desesperación cercano a la locura. La única alternativa que el pobre hombre supo encontrar era la más cruel. Asfixiar con una almohada a su pequeña para que así dejase de sufrir.
La historia debía estar mejor contada, porque Nacho estaba totalmente sobrecogido con el relato como mostró muy a las claras con el grito y el respingo que dio cuando sintió una mano que se posaba en su hombro.
Se tranquilizó cuando oyó la voz de la bibliotecaria que le decía… vamos a cerrar.
Joaquín
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