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DEL RÍO DE LA PLATA AL MAR MEDITERRÁNEO

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Se mudaron de un lugar a otro hasta hoy y ya van quince años. Fueron ocupando el mismo sitio en el que apiñados era posible salir adelante. Un alma deseosa se tenerlos nuevamente juntos, a su lado y que ostentaba el título de madre lo había previsto todo. Esa era Ana. Primero que nada había que trabajar, era una inmigranterecién llegada, para entonces con ello, rentar un piso que era la única manera de lograr un nuevo sitio para anclarsecon su prole ya crecida, que había dejado del otro lado del Océano hasta llegar al Mar Mediterráneo.

Esa había sido la travesía soñada por Ana buscando un lugar en el mundo que le diera más de lo que no tenía.Surcando el cielo y ocultándose entre las nubes, aquellasque azusaba desde un ventanal, allá en su tierra querida, desafiándolas que algún día que por ellas pasaría. Y ese día le había llegado. Ya estaba aquí embelesándose con el azul verdoso de este nuevo mar.

Ella estaba iniciado el proceso de inmigración, la nueva aventura en un nuevo mundo. Todo se tradujo en nuevas vivencias y la búsqueda del hilo conductor para compartir vivienda con los suyos. Lo hizo primero con seres extraños a los que no conocía ni había visto nunca de nada.

Poco después de la llegada arrastró aquella mujer sus maletas y recuerdos hasta una vivienda en la que iba a trabajar. Había conseguido quien confiara en ella la atención de una casa y el cuidado de los tres niños que en ella había. Empezó a vivir con una familia que no era la suya y a la que echaba mucho de menos y ya no había vuelta atrás. Los últimos recursos que por entonces le quedaban, se habían gastado en viaje, porque cruzar el Océano tenía su alto costo y entendía que debía arriesgar.

Difícil fue la primera noche, vivencia triste como ésta,solo es comparable a las que hubo cuando llegaron las Navidades. Relegada a comer en la cocina, escuchaba en el gran comedor, a la familia compartiendo los manjares que con sus manos había preparado, charlando, riendo y emocionándose de mil maneras. ¡Qué envidia sentía Ana! ¡Qué nostalgia! ¡Qué dolor impredecible cuando aceptó con alegría el nuevo rol en la vida que se le estaba ofreciendo prontamente tras su arribo al nuevo país. Pero aún así no claudicó.

Siete meses fueron el comienzo de aquella mujer que ostentaba el título de madre, recibiendo cartas y llamadas que gulpeteaban en su corazón. Pero ostentaba también así la vivencia de lo que era sólo el trampolín para llegar a su futuro soñado.

Poco a poco fueron llegando ellos, los que completaban su árbol genealógico hacia adelante. La primera en llegar fue su hija Olga y su nieta Laura de cinco años. Con ellas consiguieron el primer piso. Un mes después llegó Juan sin cargas familiares aún. Cinco años después llegó Arturo que andaba errante. Así fueron ocupando hoy una casa, mañana otra, para adaptarse a tal o cual circunstancia. Luego una tercera y a la cuarta llegó nuevamente la independencia de cada uno. Era un paso deseado. Diez años apiñados, se mudaron de un lado para otro, llevaron juntos las maletas y un gran corazón que los unía y ahora juntos, pero no revueltos, ya cada uno goza de su nueva vida. Todos han encontrado su lugar en el mundo. De los cinco que fueron ahora en la mesa se reúnen siete a degustar cada tanto de los manjares de Ana. La familia ya es más grande y hay una nueva niña. Enhorabuena a los espejos que siguieron las mudanzas de un lado a otro, los de antaño y los de ahora, que los vieron crecer.


Margarita de Mello

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