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OLGA LA HECHICERA

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Se mudaron muchas veces de un lugar a otro, me decía Olga, la ucraniana, que se había convertido en una de mis amigas Me la había presentado Verónica, otra ucraniana que hace más de diez años había cuidado a mi padre al final de su vida. Verónica era una hermana para mí, cuidó a mi padre con ternura en una situación bastante difícil puesto que mi padre se había convertido en “un muñeco de trapo” y, por tanto, tenía que estar asistido absolutamente en todo.

Yo vivía en el piso de arriba con mi marido e hijos y bajaba varias veces al día para comprobar que todo estaba bien.

Un día me llamó Verónica, estaba acompañada de otra ucraniana que acababa de venir de su país. De ojos muy claros, tanto que parecían dos cristales, contrastaban con unas mejillas sonrosadas y hacían un perfecto conjunto con su pelo sedoso y rubio que llevaba recogido en un precioso moño bajo, dejando escapar algunos mechones alrededor de su rostro al estilo de las damas venecianas. Caían estos acaracolados acariciando su cara. Esa primera conversación, si se la podía llamar así, fue casi inexistente por su parte. Solo sabía cuatro o cinco palabras de español que repetía queriendo con ello demostrar que estaba preparada para cuidar a algún enfermo o persona mayor que así lo necesitara. Era tal su interés por hacerse entender que parecía hablar con los ojos, pero ¡era tal la belleza de estos! que el que la escuchara poca atención podría prestar al sentido de sus palabras. Aquellos ojos eran enigmáticos, parecían venir de otro mundo. Atraían al que los contemplaba y sin poder pestañear al contemplarlos, tenía uno la extraña sensación de poder profundizar en ellos como a través de dos espejos que se prolongaran hasta el infinito.

Verónica me contó en ese momento la historia de Olga, que respetuosamente escuchaba lo que decía su amiga de la infancia.

La familia de Olga vivía en un país situado al norte de Ucrania, allí había trabajado su familia desde antaño. Era, la tierra de la que procedía Olga, inhóspita y fría, proseguía Verónica. Se tardaban dos días a lomos de un caballo hasta coronar la montaña en la que se asentaba esta minúscula aldea. En verano se desplazaban errantes hasta lugares en los que el ganado pudiera alimentarse. Montaban y desmontaban sus tiendas hasta pastos más idóneos para las cabras y para algún otro animal del que no supieron concretarme el nombre.

Verónica preguntaba frecuentemente a Olga sobre estas andanzas de su familia y era esta forma de vida tan dura la que había motivado el traslado de su familia hacia el sur, hasta llegar a Ucrania. Allí, cerca de Kiew, es donde la había conocido Verónica. Esta, atraída por su bondad, quiso ayudarla en todo lo que estuviera a su alcance. Pronto descubrió Verónica en su íntima amiga dotes de intuición y hasta adivinación fuera de lo común. De esta forma los vecinos de este barrio de Kiew en el que afortunadamente vivían ahora, escuchaban con frecuencia los consejos de Olga que a tantos había ayudado en el año y medio que llevaban siendo vecinas.

La situación económica de Olga y de su familia había cambiado totalmente. Parecía un milagro que pudieran disfrutar de esta estabilidad y confort.

Ya no solo eran los vecinos del barrio sino otros muchos que venían de lejos los que frecuentaban la casa de Olga. Unas veces escuchando sus sabias palabras y otras indicándoles los alimentos o hierbas adecuados para sus dolencias, lograban sanar sus enfermedades o mitigar sus penas. Contaban algunos que solo con escuchar aquella voz y aquellas palabras de consuelo encontraban el mayor de los consuelos. Y...¡Qué efecto producían esos ojos que te acariciaban hasta lo más profundo del alma y que hacían que automáticamente,tanto si eras hombre o mujer, te hechizaran y ansiaras tener otra visita con ella!

Pero un buen día ,es decir un mal día, llegaron cuatro policías a su casa y de mala manera arrestaron a Olga acusándola de brujería. De nada sirvieron los ruegos de todos sus vecinos ante el alcalde del pueblo. Todo fue inútil. La apresaron y encerraron en la cárcel. Todo el pueblo estaba indignado, parecía no haber solución para tal situación. Pero afortunadamente el padre de Verónica habló con el médico y con el maestro del barrio y estos imploraron al alcalde que la soltara. Este después de consultar con sus superiores accedió con la condición de que no continuara viviendo en ese barrio ni en ningún otro lugar de Ucrania. Razón por la cual Olga estaba delante de mí buscando cualquier tipo de trabajo que le permitiera vivir y, quizá más adelante, ayudar a su familia que seguía viviendo en Ucrania.

Jamás pude suponer que tras aquellos ojos a la vez enigmáticos y extraños, pero sobre todo de una belleza fuera de lo común, pudiera ocultarse una historia tan triste e injusta. Habían sido sin duda sus ojos los que habían marcado el compás de su vida.

Cómo puedes ir a la vez juntos...

Cuando alguien sobresale tanto de lo común sin duda atrae la envidia de algunos malvados.


Mercedes Peregrín

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