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SE MUDARON...

escrituraupmijas

Se mudaron muchas veces de un lugar a otro. Olga deseaba echar raíces en algún lugar; su vida laboral le había llevado errante de un lugar a otro. Los años pasaban y llegó su momento esperado, una casita en una ciudad no conocida era su destino e ir descubriendo nuevas personas sin relación con su vida anterior. Antaño sus compañeros se reían cuando decía «nos mudamos otra vez. Yo y mis pensamientos somos muchos no sé si cabremos en el camión de la mudanza»

Preparaba cada mañana su desayuno como si fuera para una familia, pero vivía sola; le sobraba casi todo que iba a la basura; comida y cena más de lo mismo. Después del desayuno su paseo matutino le llevaba al menos dos horas. Después, compra en el mercado; las tardes con lectura: pasaban las horas hasta la cena, otra vez abundante para una sola persona.

Una mañana se miró en el espejo del baño y se vio algo distinta, quizás con unos años, pero de otra manera. Algo surgió dentro que no le gustó. Se miró en varios espejos que tenía por la casa preguntándose «¿Qué haces? Esto es lo que tú querías, tranquilidad, paz, tiempo libre.» Pero el espejo no le contestaba. Ella, señalando con el dedo, le dijo: «Tú reflejas lo que soy, pero no lo que seré». Una sonrisa apareció en sus labios.

Su desayuno, como siempre, abundante. Al salir se volvió a cruzar con su vecina de enfrente, «Como siempre, parece que espera que salga para abrir la puerta», pensó.

—Adiós, Olga —le dijo.

—Adiós —le respondió volviendo a la cabeza. Comenzó su paseo dejando a su vecina con las ganas de una conversación.

Al volver, tenía en la entrada un buzón de correos un poco particular: sin llave y con una banderita de madera. Roja por una cara que, cuando se abría el buzón y la bandera bajaba, se veía la otra cara que era verde. Siempre miraba al entrar en casa, pero nunca la veía verde.

«Hoy será distinto», le dijo al espejo.

Preparó el desayuno para dos personas, ella tomó el suyo y en una bandeja puso el otro. Salió a la puerta de la calle, saludó a su vecina y la bandeja la introdujo en el buzón: se bajó la bandera y se puso verde. Se sonrío, se sintió alegre.

Su vecina la llamó:

—Hola, Olga, buenos días.

—Buenos días, vecina.

—Pero, ¿qué haces?

—Un desayuno para alguien

—¿Para alguien?, ¿para quién?

—Para quien lo necesite —le respondió y la vecina la miró con rareza.

Olga cogió acera arriba y contoneándose comenzó su paseo

Al volver, abrió el buzón cogió la bandeja entró en su casa y la tiró. Bebió agua, llenó otro vaso, salió a la calle y lo puso en el buzón.

—Hace calor —le dijo a su vecina.

—Sí, si —respondió.

Entró de nuevo en la casa. Había decidido que cada vez que tuviera que comer o beber, siempre pondría en el buzón lo mismo que ella ingiriera. Se miró en el espejo y señalandose con el dedo a ella misma se dijo: «Una estupidez, pero me siento feliz. Igual algún día viene alguien y lo coge». Pasaron los días y cada vez que comía o bebía algo, volvía a poner en el buzón lo mismo.

Su vecina ya se había encargado de difundir por toda la calle que la nueva, Olga, no estaba bien. Contó lo que hacía y la cantidad de comida que día tras día desperdiciaba:

—Si tiene sed, bebe y pone otro vaso de agua en el buzón, o lo que tome. O de comer, lo mismo. Todo lo pone doble, uno para ella y otro al buzón. Y lo peor es que luego lo tira. Vaya no quiero decir que esté loca, pero vaya normal no es.

Las críticas, los murmullos...Cada vez que se cruzaba con alguien notaba que hablaban de ella, y se sonreía.

Una mañana, después de su paseo, se paró delante de su buzón y no podía creerlo: la bandera estaba arriba, roja. Con mucha tranquilidad, y sorpresa, abrió el buzón y alguien se había tomado el desayuno. Se llevó las manos a la boca y con un o prolongado exclamó:

—No puede ser.

No sabía si estaba alegre. Sorprendida se miró en el espejo y señalando con el dedo se dijo: «Olga, ¿qué te pasa?» Con una carcajada soltó: «Gracias, vecina, por criticarme». Y volvió a sonreír.

La comida de ese día la preparó como siempre, y un poco antes de la hora habitual la puso en el buzón y entró en casa. La incertidumbre le hacía querer mirar por la ventana, pero no debía. Se dijo: «Todo ha de seguir como antes» Cuando llegó la cena, salió a su buzón y volvió a descubrir que alguien había comido. Se tapó la boca con las manos y soltó:

—¡Qué alegría! ¡Alguien se la está comiendo! ¡Hola vecina! ¡Gracias!

—¿Por qué? —le contestó.

—Nada, por nada.

Miró acera arriba, abajo y las cosas de enfrente. Todo normal. Se metió alegremente para adentro. «¿Quién será?», le dijo al espejo. De un salto se dió media vuelta y siguió su rutina.

«Lindo día el de hoy». Inspiro fuertemente, dejó la bandeja con el desayuno y comenzó su paseo matinal.

—Olga, espere, por favor. —Olga se detuvo y miró para atrás—. ¿Puedo hablar con usted?

Ella lo miró de arriba hacia abajo, frunció las cejas y le dijo:

—¿Cómo conoce mi nombre?

—Todos en el barrio la conocen. Y me llamo Miguel — Y extendiendo su mano promovió el saludo.

—Encantada.

—Olga, le puedo acompañar en su paseo esta mañana. Solo le hablaré de gustos culinarios.

—Es usted cocinero —Ella sonrió.

—Lo fui.


Tomás


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