Recordaba que era época de sequía y que cada día era igual al anterior. El clima era bastante ventoso y el dueño de esa casa colonial, bueno, casa colonial por no decir un castillo, a la orilla del lago Titicaca, ya te das cuenta del paraíso en el que vivía; el dueño de este paraíso idílico se llamaba Lucio y era un hombre bastante imponente, severo y estricto que hasta su actitud brusca metía un poco de respeto, por no decir miedo, a todos aquellos sirvientes y camareros que allí estaban para cuidar de su pequeña familia y grande casa.
En sus pertenencias vivía un perro de raza afgana que se llamaba Bimbo y una hija adoptiva de siete años que llamaba con el nombre de Titti aunque su verdadero nombre era Tiziana. Titti era una niña adorable bastante tímida y reservada que adoraba a su benefactor y siempre lo hacía todo para dar felicidad, robando de vez en cuando una sonrisa a esa apariencia severa y cuando lo conseguía se le notaba la transformación casi luminosa que le rodeaba toda su cabeza y Titti saltaba de felicidad en sus brazos .
Un día por nada igual a los demás el amado Bimbo se murió, así sin ningún preaviso, de que algo “malo” pasaría y Lucio por la gravedad de la sorpresa se le notaba una tristeza tan profunda que las lágrimas le corrían por su rostro y Titti al verlo así de triste y afligido se acercó con todo su cariño lo abrazó y le dijo:
—Lucio, Bimbo me dijo que ahora yo puedo ser tu hija verdadera de pura raza, como lo era él, y también me dijo: «Ama a ese hombre. Aunque parece muy duro, es verdad que lo es por fuera, pero dentro, tú ya lo sabes, cuánto amor es capaz de dar su gran corazón».
MaaR’Ama
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