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EL JARDÍN DE CLAVELES

escrituraupmijas

Escritora: Mónica Aguilar

Pintora: Rocío Bosquet


Mónica escribió este relato con la intención de un alumno de pintura realizara la obra gráfica. Aquí podéis ver el resultado de ambos trabajos de libre creación.

Hacía mucho que su niño no tenía terrores nocturnos ni orinaba dormido, sin embargo, desde hacía unos días algo había cambiado. El pequeño llevaba cuatro noches consecutivas mojando las sábanas. Para cualquier otra familia y cualquier otra madre, que su hijo de diez años siguiese mojando la cama podía resultar extraño, pero para ella no. Llegó corriendo mientras la mujer tendía el edredón limpio en el patio de atrás de la casa, solo por estar allí se le hacía un nudo en la garganta. Pero no podía dejar que él la viese con el rostro turbado, así que sonrió nada más verlo.

—¡Mamá, no las pongas ahí! Las vecinas sabrán que me ha vuelto a pasar —dijo el pequeño mientras le tiraba del bajo del jersey.

—Cielo, no te preocupes. No es algo que te tenga que dar vergüenza. Venga, vamos dentro y ponemos las sábanas de astronautas, ¿vale?

Le acarició la cabeza con dulzura. Aunque al principio el chico no parecía muy convencido, le dedicó media sonrisa. Las de astronautas eran sus favoritas. Él le soltó la ropa y fue corriendo al interior de la casa. La mujer caminó despacio, pensativa, volvía a invadirle cierta sensación desagradable y notó cómo se le volvía a formar el nudo en la garganta. Se quedó bajo el marco de la puerta, con la respiración agitada, mirando un parterre del jardín repleto de claveles rosas. Una gota de sudor le recorrió el rostro, sin embargo, el grito de su hijo llamándola cortó la tensión del ambiente. Cerró la puerta de golpe y acudió a la llamada.

Al día siguiente volvió a repetirse, su hijo había manchado las sábanas de nuevo. Siguió la rutina del día anterior, pero esta vez tuvo que preparar a su pequeño para ir a clase y arreglarse ella para ir a trabajar. Se vistió despacio, seguía dolorida y tenía algún moratón por el cuerpo, en el brazo tenía uno similar a la marca de unos dedos. Solo el recuerdo la hacía temblar. Pero ya no debía preocuparse por eso. Al mirarse en el espejo se percató de que ya asomaban un poco las raíces oscuras por su cabello, automáticamente pensó en que debía ocultarlas, sin embargo, tardó poco en darse cuenta de que realmente ya no hacía falta. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras se maquillaba, tratando de ocultar esas horribles ojeras. Esos días estaban resultando especialmente duros, ya que parecía haber vuelto al pasado, pero sabía muy bien que aquello no era así y que nunca más volvería a ocurrir. Llevó a su hijo a clase en coche, le dio un beso en la cabeza y le deseó un buen día. Mientras lo veía entrar no pudo evitar recordar los días en que ni siquiera podía llevarlo a clase y en lo feliz que estaba de que todo hubiera cambiado. Puso rumbo al trabajo, toda la alegría que sentía momentos antes se había esfumado y no era por el hecho de tener que trabajar, sino por un dolor que seguía extendiéndose por sus entrañas y una duda. ¿De verdad había hecho lo correcto? ¿Por qué no podía sentir paz de una vez? Al menos aquello le demostraba que en el fondo seguía siendo humana. El resto del día estuvo distraída, no dejaban de proyectarse escenas en su cabeza que entorpecían su trabajo y por algunos descuidos, sus compañeros tuvieron que llamarle la atención. Por suerte aquel día no tenía un turno largo y pudo recoger a su hijo sin problemas. Tras el almuerzo, el pequeño fue a jugar, desconectar un poco antes de hacer los deberes no le vendría mal. Sin embargo, la mujer entró en pánico al ver que su hijo estaba jugando en el jardín, junto

a sus flores. Soltó los platos que estaba fregando tan bruscamente que uno se partió y salió corriendo a llamar al niño.

—¡No puedes jugar ahí!—Sin darse cuenta comenzó a gritarle, lo agarró de malos modos y lo arrastró dentro de la casa— ¡Sabes perfectamente que puedes jugar donde quieras menos ahí! ¡Te lo tengo dicho!

No se percató de lo histérica que se había puesto hasta que vio la carita llorosa de su pequeño. Solo entonces le soltó el brazo despacio y le acarició el rostro.

—Cielo, lo siento mucho... no quería...

Antes de que pudiera terminar, su hijo le apartó la mano de la cara y se fue corriendo a su dormitorio, cerrando de un portazo. Ella tan solo pudo quedarse mirando, nunca le había hablado así a su pequeño y no se merecía para nada ese trato, pero estaba aterrada por lo que podía haber pasado. Decidió limpiar el estropicio que había creado en la cocina, terminar de fregar y recoger los juguetes de fuera para llevárselos a él. Sin poder evitarlo, fijó de nuevo la vista en aquel parterre de claveles rosados. Los había plantado la semana anterior y la tierra todavía estaba algo removida... tenía que librarse de ellos y de aquel parterre como fuera. Era lo que la había devuelto al pasado y por lo que se había vuelto a estancar. Fue al dormitorio del pequeño y entró tras llamar a la puerta. Soltó los juguetes en una mesa y se sentó junto a él, que estaba acurrucado en la cama, dándole la espalda.

—Lo siento, de verdad...

Se permitió acariciarle la espalda a su pequeño.

—Nunca más volveré a hacerte algo así, no era mi intención... he pensado en trasplantar los claveles para que tengas más sitio para jugar. ¿Te parece buena idea?

—Vale...

Y entonces lo vio. El niño tenía un perrito de peluche apoyado junto a él en la cama y parecía tratar de arrancarle una oreja deshilachada.

—¿De dónde has sacado eso? ¿Desde cuándo lo tienes?

La mujer tenía el rostro totalmente descompuesto, ya sabía el motivo por el que su hijo había vuelto a orinar en la cama. Esperaba poder ocultarlo todo, no perjudicar más al pequeño, pero no había sido posible.

—No sé... lo encontré en el jardín la semana pasada.

Se inclinó para recogerlo y apartarlo de él, provocando que el pequeño se girase a mirarla.

—No lo quiero... pero no sabía qué hacer, no quería que te enfadases... pero me da miedo.

—No pasa nada, cielo... yo me ocupo de él. Y sabes que nunca más volverá a hacernos daño, ¿verdad?

Ella le acarició la cabeza mientras el pequeño se encogía un poco antes de incorporarse para abrazarla. Ella lo correspondió, tratando de reconfortarlo.

—Ya... pero sigue dando miedo.

—Lo sé... lo sé. Pero ya está todo bien, te prometo que te protegeré siempre. Nada ni nadie volverá a tocarte.

Y así lo acunó durante unos minutos, aquel peluche había sido un regalo de su padre... el motivo de todos sus males. Debió traerlo con él en su visita sorpresa de hacía unos días y fue lo único que no ocultó bien. Rompió a llorar en silencio, aquella mezcla de emociones se le hacía difícil de superar. Solo con ver lo que provocaba el recuerdo de ese hombre a su hijo, pensó que lo que había hecho no estaba mal del todo y que en cuanto se borrasen los cardenales de su cuerpo, ambos podrían comenzar a sanar su espíritu y comenzar a vivir de nuevo lejos de los recuerdos de aquel pasado. Por fin podrían ser libres.



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