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EL VERANO DEL 65

escrituraupmijas

Recordaba que era época de sequía y que cada día era igual al anterior. Intentaba traer las vivencias tan lejanas en el tiempo y explicárselas a mi acompañante.

Fue el verano del 65. Catorce inocentes años, vírgenes, exuberantes, con la fortaleza que da al espíritu el disponer de un alma lista para ser henchida de vida hasta rebosar. No es que fuera estrictamente época de sequía. Es que era verano. Ardiente verano, que secaba las mieses y permitía a los hombres del campo (la mayoría de los del pueblo) atarearse con las labores propias del estío.

Todo el pueblo era un hervidero de actividad, salvo algún lugar más tranquilo. Por ejemplo, el río. Las orillas del río, con su arbolado y su hierba, constituían un auténtico paraíso. Allí acudíamos los muchachos ociosos a pasar parte del día. Yo estaba la mayor parte del año fuera del pueblo, interno en un colegio, al igual que algunos de mis compañeros, con los que me citaba allí, en el río. Como decía, cada día era igual que el anterior. Pero no aquel día. El día más especial de mi vida.

Apareció de repente, y cuando la vi, me pareció que el mundo se paraba y que el resto de la humanidad no existía. Mis ojos solo veían su grácil figura, su bella carita y su rubia melena al viento acariciada por el sol. Afortunadamente para mí, venía acompañada por una prima mía. También estaba de vacaciones, aunque no era del pueblo, era una amiga de mi prima. Se acercaron hasta donde yo estaba y mi prima nos presentó:

—¡Eh! Vuelve —me dijo mi prima, riéndose a carcajadas.

—Perdón —conseguí balbucear, y no sin esfuerzo, volver a la realidad. Me temblaban las piernas, las rodillas no me sujetaban.

—A ver, os presento. Mi amiga Eva, mi primo Alejandro.

¡Con lo que yo hablo a veces! Casi no me salían las palabras. Afortunadamente, mi prima acudió en mi ayuda. Los días siguientes, todo el mes en realidad, transcurrió de una manera absolutamente diferente a lo previsto. Enseñé a Eva hasta el último recoveco del bosque, los mejores sitios en el río para bañarse y hasta visitamos la casa colonial que existía en la otra orilla, deshabitada desde hace tiempo.

El beso tardó en llegar, pero llegó. Con el transcurrir de los años, leí algo sobre levitación. Bien, yo ya sabía lo que era eso. No son estos, realmente, recuerdos sobre el primer amor, que también. Son más bien, el intento de sentir de nuevo lo que es un espíritu libre de toda contaminación. Contaminación que se ha ido pegando en la piel del alma a lo largo de los años. Y que tanto cuesta quitarse de encima. Pero confío, que con el tiempo, volveré a ser niño.


Nemesio Burón Solís


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