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EL VOLCÁN

escrituraupmijas

Pintora: Marie Ange Bernabeu

Escritor: Joaquín García Hernández


Marie Ange pintó este cuadro con la intención de que un alumno de escritura lo relatara. Aquí podéis ver el resultado de ambos trabajos de libre creación.

Mi nombre es Licinio y vengo de Capua donde me dedicaba al

comercio y teñido de paños. Ahora en este momento de mi vida habiendo alcanzado una desahogada posición económica, consideraba que mi sueño se había cumplido. Había visitado en otras ocasiones la ciudad y desde la primera vez pensé que Pompeya era el lugar donde vivir y disfrutar los últimos años de mi vida.

Como todo el mundo sabe, hace años que un terremoto causó grandes destrozos en la ciudad, por lo que fue sencillo comprar la villa en la que vivía, si bien restaurarla y acondicionarla supuso un mordisco importante en mi economía. Los astrólogos y los augures vaticinaron que los Dioses se habían serenado y no volvería a ocurrir nada parecido, de modo que muchos de los que se marcharon entonces, volvieron para reconstruir sus casas, uno de ellos fue mi buen amigo Marco, que fue el primero que me habló de Pompeya, y es que esta era una gran ciudad con un enorme anfiteatro, su famoso templo de Apolo y numerosos baños públicos para dar servicio a las 20.000 almas que allí residían. El clima era magnífico, como en toda Campania, estaba en plena bahía de Nápoles y el monte que llaman Vesubio nos resguardaba de los vientos del norte. Marco es un entusiasta de las caminatas había subido hasta la cima en un par de ocasiones, decía que la vista desde allí era magnífica, y yo no descartaba acompañarle la próxima vez. Cornelia, mi esposa, estaba encantada y era feliz codeándose con las familias de alcurnia que vivían allí.

Ese final de Agosto estaba siendo especialmente caluroso, de modo que Marco y yo decidimos aquella mañana acercarnos a Sorrento, que es un pueblo costero situado a una jornada de Pompeya . Allí visitaríamos a un amigo común que quería enseñarnos un magnífico mosaico, obra de un artista local que es un genio de las teselas.

Embarcamos a primera hora de la mañana y calculamos que llegaríamos a Sorrento por la tarde. Según abría el día y nos íbamos alejando de la costa, vimos una fina columna de humo que salía de la cima del monte, nos pareció preocupante y todos recordamos los sucesos del 62. La columna de humo se iba engrosando al tiempo que el humo se ennegrecía... cuando de repente se oyó un estruendo ensordecedor, a pesar de la distancia que nos separaba ya de Pompeya, mientras que una nube espesa ocultó el volcán y los dos pueblos que estaban en su falda, principalmente Herculano, el más cercano al monte. Poco después recibimos una “nevada” de cenizas que caía sobre nosotros y se depositaba en el fondo de la barca.

Ninguno decía nada, pero sabía que desde la distancia estaba siendo testigo del final de la ciudad, de mi familia, de mi casa y de mi vida tal como era hasta aquella misma mañana.

Los remeros se negaron a volver atrás, el mar empezaba a encresparse, por lo que tardamos en alcanzar la costa de Sorrento. Desembarcamos y a pesar de que era mediodía, nos movíamos casi a oscuras como espectros bañados en ceniza volcánica... Absolutamente sobrepasados, conseguimos refugiarnos en la boca de una cueva donde pasamos la noche. Cuando le pregunté a Marco me dio pocas esperanzas, lo que nosotros habíamos recibido como cenizas a kilómetros del volcán , seguro que en la ciudad habían sido rocas incandescentes, torrentes de lava y gases tóxicos a

temperaturas extremas.

El día siguiente amaneció con una leve neblina, pero ya se distinguía el cráter del volcán del que salía una inofensiva columnilla de humo.

No nos fue posible acercarnos a Pompeya sino hasta después de 4 ó 5 días y una vez allí no fuimos capaces de localizar ni el Anfiteatro, ni el Templo, y mucho menos mi casa..., a decir verdad, no estaba seguro de estar sobre lo que fue la ciudad de Pompeya, en aquel momento nadie imaginaba que yacía enterrada 20 metros más abajo sepultada y olvidada.


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