Escritor: Joaquín García Hernández
Pintora: Marie Ange Bernabeu
Joaquín escribió este relato con la intención de que un alumno de pintura realizara la obra gráfica. Aquí podéis ver el resultado de ambos trabajos de libre creación.
Sabía de una empresa de visitas guiadas que se llamaba “La Málaga Misteriosa”, con ella una mañana visité la cripta de la iglesia de La Victoria. Me gustó el lugar y que aun siendo tétrico no me pareció sobrecogedor, y decidí incluirme en la siguiente salida.
Pocos días después me avisaron para una visita nocturna al Cementerio Inglés, en la Malagueta, es un pequeño camposanto que se creó en el siglo XIX para enterrar a los protestantes, ya que no podían ser enterrados "en sagrado". La quedada fue a las diez de una noche gélida de febrero, allí nos reunimos no más de diez personas porque el viento helado no invitaba a permanecer al aire libre. Una vez dentro del recinto el guía del grupo nos contó la historia del lugar y una relación de nombres, extranjeros en su mayoría, cuyas tumbas íbamos a visitar. No se me había ocurrido traer una linterna, pensé que el lugar estaría más iluminado o que la luna nos ofrecería más luz, naturalmente el guía si disponía de una, y bien potente, y tras él dando tropezones avanzábamos en devota comitiva.
Con una voz impostada nos señaló las tumbas de los marinos del buque escuela alemán Geneiseau que en 1880 se hundió en la bahía de Málaga. También nos iba mostrando panteones más ornamentados con sus lápidas y sus correspondientes epitafios. Recuerdo en especial uno con forma de cruz celta dedicado a un bebé de pocos meses y de nombre Violet que decía: Vivió solo lo que viven las violetas.
Nos manteníamos apiñados para oir las explicaciones del guía, y también para no tropezar porque los árboles habían resquebrajado el suelo con sus raíces y era difícil no trastabillar y además porque arreciaba el viento y con él, el frío, y sobre todo porque se oían ruidos en la oscuridad, esos ruidos a los que de día no das importancia y que de noche te sobrecogen.
Cuando ya deseábamos abreviar la visita llegamos hasta un enterramiento muy diferente. Una lápida y sobre ella una imagen, una escultura de piedra a tamaño natural que representaba un ángel y que desde el principio me pareció que tenía algo inquietante. Alumbrando la figura con la linterna nos dijo:
—Aquí tenemos la tumba de una joven de apenas quince años, es una de las más recientes y el viejo jardinero que mantiene el cementerio decía que recibía la visita diaria de un hombre mayor que rezaba mirando el ángel. El jardinero trabó al final cierta amistad con el anciano, y cuenta que en su última visita le hizo esta impresionante confesión: era el abuelo de la joven y el único pariente, pues la niña era huérfana, y cuando murió no fue capaz de aceptar la idea de que su nieta fuera enterrada en el frío suelo.
—¿Y entonces? —preguntó una voz detrás de la linterna.
—Pues entonces, se cree, que la figura del ángel está debidamente vaciada para acoger el cuerpo de la joven en su interior.
Todos apiñados, todos con los ojos puestos en el ángel en un vano intento de descubrir qué habría en su interior.
Un relámpago rasgó la oscuridad de la noche y unos repentinos goterones pusieron fin a la visita.
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