Recordaba que era época de sequía y que cada día era igual al anterior. Brillaba el sol, tanto que llegaba a deslumbrar, radiante y molestoso, obligándome a fruncir las cejas y entrecerrar los ojos. Sentado en mi sillón marrón oscuro, leyendo el periódico, como cada día desde hacía dos años.
Me diagnosticaron una enfermedad degenerativa, mis huesos poco a poco eran más sensibles al tacto, a los movimientos, hasta que un día sucedió, mis piernas dejaron de responder, al principio todo era gris, lloros, lamentos… pero al final se aprende a vivir con ello, simplemente estás, sin más, sin color, monótona, insípida, la vida se te hace repetitiva, aburrida quizás.
Tenía certeza de que más de dos años no iba a durar, a mi mujer se le veía agotada, se hacía la fuerte, pero yo sé que mi situación la superaba.
Decidí coger nuestro álbum de fotos. Ese día mis manos fallaron y la taza de café se derramó en los papeles amarillentos del periódico, no tenía otra cosa que hacer, así que me puse a pasar fotos…
Fotos Cabo de Gata, Almería, leí. Dos siluetas de pie, abrazadas, posando en una orilla llena de piedras de mil colores, detrás, agua cristalina, ondas formadas por el viento y medio círculo anaranjado queriendo nadar en ese mar color verde agua, dibujando en él pequeñas líneas naranjas cada vez más pequeñas según esa medio esfera se sumergía.
Viaje a Pelourinho, Salvador de Bahía , ponía en la siguiente tanda de hojas. Mi mujer, con los brazos extendidos, sonriendo con la boca entreabierta, feliz. Al fondo, casas coloridas, alegres, llenas de vida, encanto; de una ciudad colonial se trataba, según nos dijo la guía.
Paraíso, no sabía a qué se refería, nunca había visitado ninguna ciudad llamada Paraíso, me chupé el dedo corazón, lo pegué a la hoja y deslicé la página. Una lágrima brotó de mi ojo derecho, sentí una pelota en mi garganta, un sentimiento el cual me hizo notar esa nostalgia, imágenes de nosotros, ella con un recogido sencillo pero a la vez complejo, con un colgante plateado y un largo vestido blanco, yo, con un traje negro y camisa blanca, nuestros dedos anulares aún desnudos esperando ansiosos su nuevo traje dorado, el cual sería una muestra de amor y compromiso para esos dos jóvenes a los que les brillaban los ojos al mirarse.
Levanté la mirada del álbum, en la cocina estrecha mi mujer, supuse a partir del olor que haciendo puchero, y susurré: «Lo siento, discúlpame por todos mis fallos, todos mis altibajos, todos mis despistes, te quise, te quiero y te querré siempre, por siempre. Ojalá encontrarte en otras vidas para poder darte todo lo que no te pude dar en esta».
Me limpié las lágrimas, mi mujer con el ruido del extractor obviamente no me había escuchado, bajé la mirada y continué viendo fotos, recordando buenos momentos.
Elena Wals Pérez
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