En primavera, cuando decidí escribir, lo primero que hice fue hacer una lista de las dificultades con las que me iba a encontrar.
Me llamo Gastón y me gusta escribir, y hasta pienso que no se me da demasiado mal. Creía que para empezar sería más fácil medirme en el terreno de los relatos. En la lista de las dificultades, la primera, sin duda, será la de enfrentarme al folio en blanco. Encontrar esa frase capaz de iniciar con fuerza el relato, la inspiración que llaman. No tienes nada, y de pronto como un fogonazo, un momento mágico en el que la idea surge dentro de ti y casi te obliga a darle salida.
Para buscar esto creo que es más fácil que surja en la calle, viendo el ir y venir de gente, el trasiego de la vida, ir desentrañando el comportamiento de la gente, de otros humanos que en el fondo son los materiales del escritor.
Decido sentarme en una terraza esperando esa primera frase o esa buena idea de la que saldrá un relato. A mi lado, tomándose un café hay una mujer. Cerca de los cuarenta, ni guapa ni fea, pudiera ser la empleada de cualquier comercio cercano, quizás una perfumería o una óptica acaso.
Como no tengo una frase de inicio trato de avanzar con la protagonista. Fabulo con su nombre, pienso que muy bien se podría llamar Amelia. Seguramente tendrá una hermana menor que está casada y le ha dado dos sobrinos. Tiene reservado un día en semana para comer con ella y con su cuñado para decirse cosas ya mil veces habladas. Conserva su grupo de amigas del instituto con las que se reúne una vez al mes para cenar y tomar una copa en un sitio de moda. Es un ritual inalterable mes tras mes. Seguro que es vegetariana, y pocas veces consigue arrastrar a sus amigas a un restaurante a su gusto.
Podría tener un gato que se llamase Tato al que le encanta el jamón de York y que come pienso bajo en grasa porque se está poniendo fondón. Procura ahorrar algo de dinero para hacer unas vacaciones en el extranjero y hace bromas con su pretendido viaje en busca del griego de sus sueños.
Va al cine de vez en cuando, pero no es una entendida, tampoco es una gran lectora, un par de best sellers al año de los que todo el mundo habla. Caminar en cambio sí le apasiona. Es capaz de levantarse temprano para ir andando al trabajo y luego volver por el paseo marítimo. En ocasiones ha hecho rutas con un grupo de senderismo y le ha encantado.
Había sido una fumadora empedernida y está muy orgullosa de haberlo dejado sin chicles ni pastillas.
En ocasiones tiene bajones nostálgicos y se acuerda de su primer amor que sabe que se casó con otra, se quedó calvo y engordó, y saborea la satisfacción que le supone esta revancha. Desde hace años vive sola con Tato cuando finalizó su relación más importante. Tuvo una pareja con la que en un determinado momento se cruzaron miradas intensas y luego poco a poco sus ojos se fuero desviando según iba languideciendo la relación. Desde entonces le gusta decir que es una mujer con el amor estropeado.
Cuando baja la guardia no puede evitar sentir que los años pasan y el tiempo no espera a nadie.
Le dirijo una nueva mirada, y siento una extraña familiaridad con esa mujer, que por otra parte ni un parpadeo me ha dedicado. Trato de llamar su atención y cuando lo consigo le digo.
― ¡Amalia, siento como si te conociera de toda la vida.!
María Jesús, que así se llama esa mujer, lo mira desconcertada como si estuviera leyendo las contraindicaciones de un medicamento y valorando los pros y los contras de darle una oportunidad. Cuando se decide le responde.
―Buen intento, chaval, al menos no me has preguntado si estudio o si trabajo, ni si vengo mucho por aquí. Pero has pinchado hueso. Te falta imaginación para llegar a interesar a alguien como yo.
JOAQUÍN
Comentarii