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INEXCUSABLE

escrituraupmijas

Se mudaron muchas veces de un lugar a otro hasta que sucedió la tragedia. Nunca había creído en cuentos de Hadas, en esos amores mágicos que de repente llegan a tu vida para revolucionarlo todo aunque, que no lo creyera, no quería decir que en lo más profundo de su ser no estuviera enraizada esa idea. Tampoco creía en supersticiones, en malos augurios, ni en remedios para deshacerse de posibles males de ojos que alguien, con poderes ocultos, pudiera haberle enviado. Ella no lo hacía, pero su abuela Olga, sí. Imagino que antaño te tenías que aferrar a según qué tipo de ideas para adaptarte al medio o morir de pena, y así era su abuela, un ser extraordinario nacido en una época en la que, o llenabas tu cabeza con ideas fantásticas para sobrellevar el hastío del vacío rutinario o tenías hijos como conejos para llenarlo. Supongo que asociáis que su abuela solo tuvo a su madre.

Desde que su tata Olga conoció a Manuel, sabía que detrás de su sombra se escondía otra sombra más oscura que se trasladaría de generación en generación hasta que alguien como ella acabara con la maléfica saga. Esta sombra actuaba de las siguientes maneras:

En primer lugar, se transformaba en halagos, besos y caricias, en aceptación y preocupación, en cariño desmedido; de tal manera que ni las almas menos necesitadas de atención pudieran resistirse.

Una vez abierto el corazón de la víctima, se adentraba en él y lo extasiaba. Ese éxtasis hacía que abrieran los demás chakras y, una vez abiertos, el mal se expandía por toda la casa transformando la dicha en desgracia continua. De esa forma se lo explicaba su abuela Olga. Además, le decía:

Si quieres que ese amor de alguna forma continúe, tienes que ser una chica errante. Siempre que sientas la vibración de ese mal, huye de ese lugar, no te paralices y actúa en consecuencia. Múdate tan pronto como lo notes vibrar y tu amor durará para siempre.


El último piso al que se mudaron era muy acogedor, parecía imposible que algo malo pudiera acontecer allí por la paz que emanaba…pero no tardó mucho en aparecer.

Los espejos del salón hacían que Manuel pudiera verse reflejado de una forma explícita y no le gustaba nada lo que le decían. Patricia había salido, hacía ya siete horas, a una comida de Bienvenida, y su soledad le estaba haciendo estragos. A Manuel no le gustaba que Patricia bebiera, fumara y se divirtiera con esos vicios, pero lo disimulaba bastante bien. Ese día, quizás el mal ya había penetrado fuertemente en el hogar, porque, según pasaban las horas, más fuerte era la idea de que su goce lo mataba.

Cuando Patricia asomó por la puerta cantando, a él le flaqueaban las piernas y le temblaban las manos. De un salto, Patricia se tiró al sofá donde estaba sentado para comérselo a besos, pero Manuel ya no era Manuel. Este la empujó de manera brusca, con fuerza, y la tiró sin remordimiento al suelo del salón. Desencajado, la miró sin tregua levantando el puño derecho para propiciarle un golpe, pero Patricia logró esquivarlo. Se levantó enérgicamente sacando todas las fuerzas que su alma rota le concedía y corrió hacia la puerta tratando de preservar su integridad física, y por qué no decirlo, también la moral.

Llorando huyó para refugiarse en los brazos de su querida abuela, buscando consuelo, cariño y sus sabios consejos.

—Querida —le dijo—, no sé lo que ha podido pasar. Ya era la octava vez que os mudabais y la sombra que Manuel arrastraba tendría que ser casi imperceptible. ¡Si os hubierais mudado solo dos veces más, ya hubiera desaparecido el embrujo por completo! ¡Ay, mi nietecita! ¡De verdad que lo siento! —decía sollozando.

Patricia se quedó dormida y en sus sueños comprendió una cosa que se convirtió en una enseñanza de vida que hasta ahora no ha olvidado:

No hay excusas posibles, ni existen los embrujos, ni existen los males de ojo. Si una persona se comporta de una manera es porque quiere, y eso no lo evitará un cambio, ni de hogar, ni de rutinas, ni de rituales, ni de nada. En definitiva:

“…No hay excusa posible para la maldad…”

Carmen Vega

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