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LA CHARCA

escrituraupmijas

Pintora: Rocío Bosquet

Escritora: Jazmín


Rocío pintó este cuadro con la intención de que un alumno de escritura lo relatara. Aquí podéis ver el resultado de ambos trabajos de libre creación.


—Os contaré una preciosa historia, aunque algunos recuerdos asoman en mi mente borrosos. Más allá de la sabana montañosa existía una manada de leones de pelaje marrón claro y rojizo amarillento, junto a esta habitaba otra manada de pelaje beige, las leonas cazaban juntas y compartían sus presas. Durante muchos años subsistieron unidas, por aquel entonces yo era muy pequeña, de patitas marrones como mi madre, y muy traviesa como mi padre. Solía meterme en líos, me gustaba jugar con los cachorros de la manada, pero lo que más me divertía era perseguir a las crias de otros animales. A partir de los tres meses acompañe a mi madre a cazar, yo permanecía oculta entre pastizales altos observando cómo el grupo acorralaba a su presa hasta atacarla. La abuela Rafika era una gran guerrera, algunas veces cazaba en la oscuridad, yo escondida, arropada por el sonido de mi corazón, la miraba a la luz de las estrellas y la luna. Ella me enseñó que el miedo era solo una respuesta al peligro, me ayudó a ser más fuerte y astuta.

Por un momento Katika se queda en silencio y traga saliva:

— ¡Sigue mama, sigue contando la historia! —dijo el más pequeño

—Está bien, pero antes vamos a parar a beber, necesitamos reponer líquido, todavía nos queda un largo camino por recorrer.

— ¿Podemos descansar un rato? ¡Yo estoy cansada!

— ¿Podemos comer algo? ¡Yo tengo mucha hambre Katika!

—¡Mis pequeños, tenéis razón! vamos a parar en esta charca para beber lo suficiente, estamos en zona de peligro, y debemos retomar la marcha lo antes posible. Esta posada me traé muchos recuerdos de mi pasado. Cerca de la sabana dónde vivíamos, había un hermoso rio, yo cada día me acercaba a la orilla a beber, una vez quise investigar más, fui una intrépida, sobrepasé la orilla y descubrí la profundidad del río; la frialdad me produjo una sensación extraña, escuché un ruido y observe que algo grande se acercaba, utilicé las garras como defensa hasta ponerme a salvo, estuve a punto de ser engullida por un cocodrilo.

—¿Sí, mama? ¿De verdad?

—¡Qué valiente eres mama!

—¿Katika no tuviste miedo?

—No, no, en ese momento no piensas en el miedo, solo luchas por sobrevivir. Recuerdo a vuestro abuelo Turka con su melena densa y oscura, era capaz de ahuyentar a cualquier depredador con su vigoroso rugido. Un león de 250 kilos, con un garfio por dentadura que le sirvió durante muchos años para protegernos de las hienas, sabía interpretar cada sonido que estas emitían. Pero se hizo viejo, su melena fue esclareciéndose, perdiendo poco a poco sus fuerzas. Hubo un año que quedó grabado en mi memoria, la manada sufrió muchos percances, fue un periodo difícil. Algunos leones machos decidieron marcharse con el fin de crear su propia familia. Comenzaron muchas rencillas entre las dos manadas sobre todo por la falta de alimentos, ambas manadas se enfrentaron con la mala suerte de que el abuelo luchó con el león más fuerte y salió malherido, a raíz de esto nos desterraron.

»La huida fue muy dura, dejamos atrás nuestra tierra, la que pensábamos que era nuestra familia; la escasez de presas, la falta de agua, las altas temperaturas y las graves heridas sufridas por el abuelo, le impidió seguir el camino, no pudo aguantar, su vida se apagó. La abuela y yo seguimos solas el exilio. Sin apenas fuerzas logramos subsistir. Una mañana de otoño, cuando ya casi habíamos perdido toda esperanza, visualizamos una extensa sabana, prados verdes, en su interior serpenteaba un rio. Bebí sin respirar hasta hinchar la barriga de líquido, pensé que nunca más saborearía un agua tan rica, pero me equivoqué, esta que estamos bebiendo me ha sabido igual.

— ¿A qué te ha sabido, mamá?

— ¿Qué curiosa eres Ranifa?

—¡Mamá! —contesta a Ranifa— ¿A qué te ha sabido?

—Mi pequeño benjamín, tú también eres un preguntón.

—Katika, ¿a que yo soy el más callado de los tres?

—Sí, Sanan, tú eres el que menos preguntas, pero el más travieso.

Katika y sus tres leoncillos, rieron durante unos minutos tras los cuales les contestó:

—El agua me supo a libertad, la satisfacción de lograr vencer al hambre, al frío, al calor, a la sed, al dolor, me supo a vida. Atrás dejaba mi pasado, la muerte. La abuela, ya mayor, pero tan astuta como siempre, se paró en el herbazal. La miré a los ojos, ella acechaba una manada al otro lado del río, se acercó de manera sigilosa y yo a su lado; la hacía sentir que me protegía, pero ahora era yo quién la salvaguardaba. Un león enorme se acercó, nos avisó con un rugido intenso que poco a poco se desvaneció en el aire, el olor lo delató.

—¿Qué paso?

—¿Os atacó a ti y a la abuela?

—¿Por qué preguntáis tanto a Katika? Si le hubiera atacado no estaríamos nosotros.

Llevas razón Sanan, cuando se aproximó a nosotras, nos alegramos, era uno de los machos que abandonó nuestra manada, nos presentó a su familia y nos acogieron. Allí conocí a vuestro padre, aunque esa historia os la contaré en otra ocasión. Ahora vamos a descansar aquí, hasta que amanezca. Mañana llegaremos al lugar donde nací. Y os enseñare todo lo que yo aprendí. Duerman, pequeños, duerman.



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