Se mudaron muchas veces de un lugar a otro hasta que los encontraron. Pensaron que en aquel recóndito lugar jamás los buscarían y por ello habían bajado la guardia. Su madre, Olga, había sido durante años la curandera del pueblo en el que se habían instalado. Sus grandes conocimientos sobre hierbas, hojas y propiedades y efectos de diferentes plantas habían maravillado a la gente de aquel lugar, pero a la vez, los había puesto sobre aviso. Tan solo una bruja podía albergar tal sabiduría.
La noche que los soldados rompieron la puerta de su humilde hogar, ella y su hermana mayor habían salido a mirar las estrellas. Mientras volvían a casa cruzando un pequeño bosque, su hermana la agarró fuerte del brazo y la miró muy seria. Al contrario que ella, la otra joven siempre había tenido gran conexión con los espíritus y por la expresión de su rostro supo que no había ocurrido nada bueno. Así fue como Celeste y su hermana Idalya se convirtieron en errantes.
Pasaron años viajando por el mundo, buscando un lugar donde pudiesen vivir en paz, donde no las cazase nadie. A pesar de todo lo que habían perdido, su hermana siempre se había mostrado serena y paciente. Sin embargo, a ella le costaba aún reprimir la mezcla de tristeza y rencor por lo que les pasó a sus padres. Después de que su madre curase a la gente de aquel pueblo en innumerables ocasiones, se lo pagaban así…
Desde entonces temía y odiaba a los humanos a partes iguales, pero su hermana siempre trataba tranquilizarla.
—El don que tenemos no es para usarlo con malos propósitos. Por eso nos ocultamos en lugar de luchar. Si queremos recuperar los derechos de los magos de antaño, no podemos darles a los humanos razones para demonizarnos.
Celeste estaba de acuerdo a medias con las palabras de su hermana. No soportaba las injusticias y el hecho de que los humanos los cazasen y torturasen tan solo por ser algo distinto, era algo que la atormentaba cada día. Hacía meses que sabían de la existencia de unos escondrijos para magos, lugares que, como su propio nombre indicaba, servían para que seres como ellos se ocultasen para vivir y aprender a utilizar sus poderes. Sin embargo, por mucho que viajaran siguiendo las pistas de las flores espejo, aún no habían logrado nada. Por un lado, aquella situación la frustraba, por otro, sentía que debía ser así si no querían ser encontrados. Aunque después de tanto tiempo, comenzaba a creer que tan solo eran habladurías y que no existía realmente nada parecido.
—¡No te rindas! Siento que la próxima flor espejo nos mostrará el lugar.
Celeste suspiró.
—Eso mismo dijiste las últimas cinco veces. ¿No puedes hablar con los espíritus y que te den alguna pista? Ellos deben saber dónde se encuentran los demás magos.
—Sabes que no funciona así, son seres libres. Son ellos los que deciden ayudarme.
—Bueno… intenta suplicarles o algo—. Se encogió de hombros.
A modo de respuesta, su hermana se rió y le acarició la cabeza con dulzura antes de continuar su camino. Ya estaban llegando, notaba la energía de esa flor espejo. Pero como en el resto de ocasiones, al tocarla, aquel ser mágico tan solo les mostró un sitio como otro cualquiera. En esta ocasión se trataba de un bosque. A pesar de lo desanimada que estaba, su hermana la sorprendió con sus palabras.
—Ya sé dónde debemos ir.
Y así emprendieron de nuevo su viaje, en busca del bosque Firyuk. A Celeste le parecía que su hermana iba dando palos de ciego, pero para su sorpresa acabaron encontrando aquel lugar. Lamentablemente, el final del viaje se complicó. Un grupo de soldados les cortaba el paso. Miró a su hermana en busca de una respuesta, estaba acostumbrada a seguirla.
—Voy a distraerlos. Todavía no nos han visto. Tú corre hacia el bosque y no mires atrás. Los espíritus me han dicho que una vez allí te protegerán.
Celeste no se creía lo que acababa de oír, ¿después de todo su hermana quería sacrificarse así? Le dio la mano con firmeza y la miró, bastante seria:
—No, no voy a dejarte atrás, Idalya. Llegaremos a Firyuk y lo haremos juntas.
Su hermana sonrió y apretó su mano a su vez.
—Buscaremos otro camino.
A pesar de las últimas palabras de esperanza, no pudieron evitar un enfrentamiento directo con aquellos soldados. Su hermana seguía negándose a usar sus poderes directamente contra ellos, pero ella no dudó en defenderse con todo lo que tenía. Finalmente, la mayoría de los soldados huyeron por miedo a sus poderes místicos. Sin embargo, uno se negaba a dejarlas avanzar. Exclamó con voz ronca mientras empuñaba su espada:
—¡Una bruja como vosotras se llevó la vida de mi padre! ¡No os dejaré ir! ¡Pagaréis por vuestros pecados!
Aquello dejó a Celeste anonadada. ¿Él había perdido a su padre? ¡Ellas habían perdido a sus padres y no por ello cazaban y masacraban al resto de humanos! Tenían poder para hacerlo… ¡Pero no lo hacían! Llena de rabia, extendió los brazos para levantar al hombre en el aire. A pesar de estar exhausta, todo el rencor acumulado durante años le daba fuerzas para continuar usando sus poderes.
—¿Qué tú has perdido a tu padre? ¡Nosotras lo perdimos todo por vuestra culpa! ¿Crees que no puedo matarte ahora mismo con mis poderes?
El hombre no podía responder, se estaba ahogando e intentaba desesperadamente arrancarse con las manos la fuerza invisible que lo elevaba del cuello.
—¡Celeste! ¡NO!
La joven cerró los ojos durante unos instantes, recordando todo lo que le había enseñado su familia, lo felices que habían sido en el pueblo, recordó los amigos humanos que tuvo… cuando los abrió, sus iris brillaban con un resplandor violeta. Arrojó a aquel soldado hacia atrás y miró al soldado toser antes de añadir.
—No soy como la bruja que mató a tu padre, al igual que no todos los humanos sois iguales.
Con un movimiento de su brazo creó una pared violeta de energía que las separó a ella y a su hermana del caballero y juntas se internaron en el bosque, que resultó estar lleno de magia y de magos como ellas, entre otros seres. Celeste se prometió a sí misma que ayudaría a vivir en paz a todos los seres, al igual que lo habían logrado ellas por fin.
Mónica Aguilar Macías.
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