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LA SEÑORITA QUE VINO DE ORIENTE

escrituraupmijas

«Te vi caminando entre la suciedad y la muchedumbre del barrio chino. Te deslizabas entre el gentío como una serpiente, con rapidez y sigilo. Era imposible que tu belleza y elegancia no destacaran entre la multitud, aunque bien parecía que tu pretendías pasar desapercibida. Hace tiempo que te vengo siguiendo. Afortunadamente, tu narcisismo te impide mirar fuera de ti y he conseguido pasar desapercibido. Vas a lo tuyo y te consideras fuera del mundo que te rodea.

​ Soy de los pocos que saben de tu doble vida, de tu doble ser. La terrible existencia que late dentro de esa máscara de belleza y espiritualidad. Me he estrujado los sesos para intentar comprender qué es lo que ocurre dentro de ti, cual es la razón por la que tienes la naturaleza que tienes. Además, ni siquiera vislumbro dónde están tus límites. He recibido instrucciones muy claras de terminar contigo a cualquier precio. Se te quiere muerta. Lo que llevas dentro de ti, deber ser de tal calibre, que todos los gobiernos, el mío incluido, no quieren que sigas en este mundo.»

​En estos pensamientos tenía yo ocupada mi cabeza, cuando la vi introducirse en un restaurante. Uno de los varios de comida china que había por la zona. Preocupado por no perderla, me apresuré a acercarme al establecimiento y una vez próximo a él, me dispuse a entrar dentro. No sin antes echar una mirada a través una de sus ventanas. Aunque la puerta no estaba cerrada, parecía que no esperaban clientes. Debía ser su día de descanso.

Me adentré en el local, estudiando todo el espacio. Era raro que no hubiera nadie por allí, ya que la puerta estaba abierta. Estaba intranquilo, sobre todo por la falta de luz. En cualquier rincón podría haber alguien observándome y yo ni siquiera me estaría enterándo.

De pronto, y pillándome absolutamente desprevenido, unos brazos formidables se aferraron a mi cuerpo impidiéndome cualquier tipo de movimiento. Dos tipos eran los responsables de esta desagradable situación.

—Buenos días, Sr. Guillén. —Surgió la voz de entre la oscuridad.

—¡Hola! ¿Con quién tengo el gusto?—-contesté con humor.

—Soy Elena, la mujer a la que usted lleva siguiendo las últimas semanas.

—¿Elena? Juraría que es usted asiática...

—Española, de origen chino. He nacido aquí porque mis padres migraron hace muchos años. Quisieron que me integrara lo máximo posible, así que empezaron por ponerme un nombre español.

—¿Sería posible que sus amigos se relajaran un poco? Se están tomando muy en serio su trabajo.

​ A una señal suya los dos energúmenos me soltaron, aunque me tuvieron controlado en todo momento.

—Y ¿puedo saber la razón por la que he sido objeto de su atención todo este tiempo? —inquirió ella, acercándose ligeramente y haciéndose levemente visible.

—Intuyo que ya lo sabe...Usted tiene cosas que preocupan a cierta gente. Yo solo hago un trabajo. Aunque he de confesarle que tengo cierta curiosidad. Hay una parte de usted realmente intrigante...para mí. Para otros, muy preocupante. Hasta el punto que desearían que usted no existiera.

—Ya, y ahí entra usted, ¿no?

—Bueno, la verdad es que sí. Ya le dije, es un trabajo.

—Cree que cambiaría de opinión si yo le contara...

—Creo que no, aunque la verdad, no estoy en posición de negociar. —Reí un poco nervioso.

Y me relató cosas de su vida, que yo, ni en mis más locas alucinaciones, me hubiera imaginado. Ella era la depositaria de una maldición milenaria a su familia. Fue precisamente por eso por lo que sus padres tuvieron que huir. Una organización mafiosa pretendía capturarla para hacerse con los poderes que, supuestamente, iban ligados a esa maldición y, con el fin de chantajearla, mantenían cautivos a sus abuelos en China y tenían controlados y amenazados a sus padres aquí, en España. ¡No tenía escapatoria!

—Como ve, solo intento proteger a mi familia.

Ella se había acercado más y ya podía contemplarla en todo su explendor.

—Sí, cierto.

—¿Consideraría cambiar de bando?—-Me lo dijo mirándome como si hablara con los ojos.

​ La verdad es que estaba mejor ayudar a personas que lo necesitaban que trabajar para quien estaba trabajado. Y la chica era guapa. Aunque alguien me dijo que las chicas guapas eran mentirosas...



Nemesio Burón

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