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LA UCRANIANA

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Se mudaron muchas veces de un lugar a otro hasta que nació Olga. Desde muy jóvenes tenían pensamientos muy distintos a los chicos de su edad. Eran más abiertos, modernos; unos locos enamorados. Yo los llamaba los corazones errantes.

Julia, se llamaba la chica, dispuesta, con enormes ojos marrones, su sonrisa a medias “tipo Gioconda” la hacía especial. Eduardo, el chico, alto, con pelillos bajo su respingona nariz, era bastante maduro para su edad. Ambos eran vecinos desde pequeños, sus padres decían como antaño «Cuando sean mayores se casarán». No estaban muy equivocados. Con el tiempo los chicos se hicieron adolescentes, el cambio de hormonas afectó sus cuerpos, y sus gustos.

Tras estudiar en el mismo instituto, se matricularon en la universidad. Cada uno eligió una carrera diferente. Julia, que era una enamorada de los animales, se decidió por veterinaria, y obtuvo una plaza en Córdoba; Eduardo era más de arte dramático y decidió quedarse en Málaga.

Recuerdo el primer adiós entre ambos:

—¡Te voy a echar mucho de menos! ¡No quiero que te vayas!

—¡Pero Julia sin nos vemos el fin de semana!

—Lo sé, pero son muchos días, ¡Te quiero!

Ambos se fundieron en un beso abrazador y tomaron sus respectivos caminos.

Los días pasaron como meses, los meses como años. Después de terminar la carrera, Julia volvió a su tierra natal. Tuvo algunas entrevistas de trabajo. Eduardo por el contrario imprimió un montón de currículos y los entregó en múltiples empresas. Eran tiempos difíciles. La economía estaba un poco tocada. Después de varios meses, llegó la desesperación, sin un céntimo en sus bolsillos tomaron una gran decisión:

—Julia, no estoy muy convencido, me da un poco de miedo.

—No te preocupes, yo te protegeré —le dijo Julia soltando un guiño.

Al día siguiente Eduardo decidió hablar con sus padres:

—Papá, solo necesito que me alquiles la caravana, o que me la vendas, pero no te puedo pagar el importe de golpe.

—Eduardo, la caravana es de la familia, ahora tú madre y yo no la utilizamos, os la podéis llevar, y no te preocupes, sabes que estamos aquí para ayudarte.

— ¡Gracias Papá! ¡Te quiero mucho!—le contestó.

Todo fue tan oportuno y fácil que en menos de un mes los dos chicos se fueron a conocer mundo, empezaron por Europa. El primer país donde se instalaron fue Francia. Una vez allí, Julia se acercó a una ONG de animales para ofrecer sus servicios a cambio de comida. Eduardo no pudo ejercer su carrera, pero como era muy habilidoso, se colocó en una granja para ayudar a una familia mayor a cambio de un pequeño sueldo. La vida que ambos habían elegido era preciosa, libre, pero muy dura. La inseguridad económica le seguía los pasos.

Al cabo de dos años, decidieron seguir su camino y recorrieron Alemania, Dinamarca,etc…hasta cambiar su rumbo a otros continentes. Cada paso que daban, cada lengua, cada costumbre, era un tesoro exquisito que guardaban en su corazón. ¡Cuánta sabiduría estaban adquiriendo con ese viaje! Sus ideales se habían convertido en un abanico multicolor. En uno de sus viajes, Julia conoció a una pequeña ucraniana, en el pueblo más perdido de la provincia. Vestida con unas faldas de lana, unos roetes en sus mejillas y el pelo despeinado; en su sonrisa quedaba una pequeña abertura que algún ratoncito Pérez le robó. Era una niña que les traía frescura, sencillez, humildad. Julia se enamoró de tal forma de aquella pequeña, que algo en su interior cambió y decidió hablar con Eduardo:

—Sé que no tenemos un trabajo fijo, pero sabes que necesito que tomemos una decisión: ¡Quiero ser mamá!—le soltó.

Eduardo al oír esas palabras sintió un alegría que humedeció sus pestañas, su corazón se acaloró y sus manos sintieron la necesidad de abrazar y besar. Sus cuerpos se rozaron, las caricias sobre pieles brillantes formaron una galaxia.

Al cabo de unos meses Julia estaba ayudando a una yegua a parir; sintió un mareo y se desvaneció. El frío invierno, al que no estaba acostumbrada, quizás la había enfermado. El chico asustado la llevó al médico y tras recibir los resultados de una analítica, les informaron que estaba en cinta. La ilusión volvió a llenar de luz su hogar llamado Caravana.

La pequeña ucraniana le regaló a Julia un hermoso espejo, donde cada día Julia miraba el tamaño de su vientre bajo una sonrisa dorada. Después de siete meses y de forma prematura, Julia dio a luz a una pequeña niña, la abrazó con calidez: «Cuando sean mayores se casarán». No estaban muy equivocados. .

—La llamaremos Olga —le dijo a Eduardo.

—Me parece un nombre muy bonito.

Al volver al pueblo, tras dejar el hospital, la pequeña Olga no había aprendido a coger el pezón. En unas semanas Julia tenía mastitis, con fiebre. Se encontraba muy mal; volvieron al hospital, pero no sabían cómo mejorar los senos. Ambos chicos tras la desesperación y el dolor decidieron separarse; Julia y su bebe viajarían a Málaga, para que le atendieran en el hospital Clínico y Eduardo volvería en caravana, a pesar de que le esperaba un largo trayecto. Era la decisión más dura que habían tomado.

Julia se despidió de la pequeña ucraniana y cogió su vuelo, después de hablar con su familia, la ingresaron a ambas y obtuvieron una pequeña mejoría. Desde la ventana añoraba a su amado que pronto volvería a abrazar. En sus pensamientos una ilusión le devolvió la sonrisa, miró a su madre y suspiro: “Hogar, dulce hogar”.

Jazmín

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