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LIBERTAD

  • escrituraupmijas
  • 12 ene 2022
  • 2 Min. de lectura

Recodaba que era época de sequía y que cada día era igual que el anterior, por eso se lavó cuidadosamente los ojos y el rostro tratando de no desperdiciar ni una gota del tan preciado líquido. Con ademanes casi obsesivos trató de limpiar de sus ojos las imágenes del sueño recurrente que tenía desde hacía ya un tiempo. Todas las noches se veía inmersa en un escenario parecido: el lugar era muy húmedo con una atmósfera densa y oprimente. Objetivamente se podría pensar que el sitio era un paraíso porque estaba lleno de plantas espléndidas en su verdor y de árboles altos de copas frondosas. Había insectos pululando por doquier. Sin embargo, algo malo se palpaba en el aire. Como una amenaza imprecisa pero que ella estaba segura de que provenía de la casa enorme de estilo colonial que sobresalía de entre los árboles. Por eso sentía su corazón oprimido tratando de huir de algo, sin saber claramente de qué. A veces tropezaba y caía. Entonces se despertaba sobresaltada y sudando copiosamente. Otra vez consiguió llegar hasta la orilla de un río que bajaba caudaloso que arrastraba piedras, ramas e incluso árboles desgajados a su paso. Oyó a los perros ladrar y supo que habían encontrado su rastro. Esconderse pues no era una opción. Así que se lanzó a las aguas turbulentas con la esperanza de no perder pie o poder agarrase a algo que la depositase en la otra orilla. El agua la arrastró y la empujó contra las rocas. Cuando estaba a punto de morir ahogada, se despertó. A la noche siguiente logró alcanzar la otra parte del río. Allí el paisaje cambiaba radicalmente pues era un páramo reseco, donde difícilmente podrían crecer plantas y cultivos.

Se despertó agotada por la huida, por la humedad y la lucha en el río. Con la sensación de no haber comido nada nutritivo en días. Siguió frotándose los ojos con la intención de arrancar de ellos todo rastro de las pesadillas que la atormentaban cada noche.

Cogió un balde y cargó a su bebé a la espalda. A una hora más o menos, si caminaba sin detenerse, había una fuente en lo que parecía el cauce reseco de un río. Allí encontraría algo de agua para llevar a casa. Estaba llenando su cántaro cuando levantó la cabeza y se fijó en unas ruinas al otro lado del río seco. En ese momento volvieron todas las imágenes y el miedo se instaló en su corazón. Comprendió que en sus sueños ella era una esclava que huía de sus amos y alcanzaba la ansiada libertad.

Ahora ella era libre; pero la sequía, el hambre, la pobreza, eran otra forma de esclavitud. No sabía si el miedo que sentía en sus sueños era un terror ancestral transmitido por los genes de generación en generación. Pero tenía claro que a lo alcanzado por su pueblo después de tanta miseria y tanta lucha no podía ni debía llamársele libertad.

 
 
 

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