Recordaba que era época de sequía y que cada día era igual al anterior. Ensimismada en el recuerdo, Luna observaba tras uno de los ventanales un paisaje árido y seco. Su pensamiento se alteró al oír murmullos, agudizó el oído, pero no lograba comprender la conversación; salió de la habitación de puntillas y bajo despacio la escalinata de la casa colonial que su bisabuelo construyó antaño a orillas de La Laguna de Fuente Piedra, se acomodó a mitad de la escalera para escuchar a los mayores; observó que estaban sentados en sillas de neas en medio del patio central:
—Llevamos dos años sin flamencos, y parece que este año tampoco vendrán.
—Es verdad Nicolás, que imagen más desoladora, esto ha sido siempre un paraíso para los flamencos, ¡qué pena!
—Cómo no vuelvan la aves, nos tendremos que amarrar los machos.
—No diga usted eso, hay que tener un poco de esperanza.
—Yo estoy pensando en emigrar, la situación se está poniendo difícil.
—Es verdad, si lo pájaros no vienen en un mes, no pienso sembrar.
Ambos se quedaron en silencio al ver bajar a una niña pequeña de cabello rubio y largas trenzas.
—Hola Luna, que hace mi niña preciosa aquí.
— Hola abuelo Nicolás. Buenos días, señor José.
La pequeña se abalanzó sobre su abuelo y lo besó
—Abuelo, te puedo hacer una pregunta ¿Por qué habláis tanto de los flamencos?, si son muy ruidosos y no se comen, ¿para qué queremos que vengan?
Nicolás aupó a su nieta posándola sobre sus rodillas.
—Mira, mi niña, el flamenco para poder anidar necesita que la Laguna tenga agua, y para que la Laguna tenga agua, debe de llover, si llueve podemos sembrar y tener buenas cosechas.
—Abuelo, entonces lo que tú quieres es que llueva.
Luna no podía imaginar que en menos de un año llovería.
Pasado unos meses el pueblo despertó con un cielo grisáceo con pinceladas rosa salmón. En pocas horas, la Laguna de Piedra se llenó de color.
Luna despertó con su pelo enmarañado y se dirigió al ventanal de su habitación donde pudo observar la magia, corrió a despertar a su abuelo. Al llegar a la habitación se encontró con sus padres y un hombre con una bata blanca, su abuelo yacía en la cama dormido:
—Luna, ve abajo a desayunar—dijo la madre con los ojos rojos y húmedos.
Todo sucedió muy rápido, al día siguiente dieron sepultura al abuelo Nicolás bajo un abanico de agua. Luna lloraba, el cielo lloraba, nunca había visto de llover durante tantos días, lluvia de lágrimas que lleno la Laguna de Fuente Piedra.
El paraíso volvió entre flamencos y lágrimas del cielo.
Pilar Jazmín
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