Tenían que seguir dando vueltas por las calles llamando a las puertas para preguntar si les daban el aguinaldo. ¡Pedro y sus amiguitos de colegio estaban llenos de vitalidad claro! Tenían seis y siete años, era la edad promedio.
En el barrio era costumbre desde hacía años ir por el vecindario, cantando canciones navideñas con todo su afán. Se les escuchaba de lejos la algarabía con las panderetas y zambombas.
Las mujeres les abrían las puertas y les daban algunas monedas, que los niños recibían con alegría. Desde las casas se veían las montañas nevadas con esa blancura aterciopelada. Aquella mañana era especialmente fría , pero el olor a pan recién hecho daba la sensación de suavizar la temperatura. También porque iban muy bien abrigados, con sus bufandas , gorros y guantes de lana.
—¡Pedro! —escuchó una voz femenina de anciana.
Pedro abrió los ojos llenos de melancolía y vio a su esposa con el pelo grisáceo que estaba con cara de asustada. Él tomó su mano con ternura.
Al día siguiente fue su funeral, aquellos recuerdos emocionantes de su infancia fueron los últimos.
C.O.
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