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NOCHE DEL 31: NOCHEVIEJA

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Recordaba que era época de sequía y que cada día era igual al anterior. Fue lento, complejo adaptarme a aquellas tierras. Papá se levantaba al despuntar el sol, no sé bien para qué, solo paseaba de aquí allá, luciendo altanero su traje militar, adornado de brillantes galones. Los negros, los Masáis, le miraban, ellos también orgullosos, esbeltos, de ropajes anaranjados. Yo me sentaba entre ellos, les observaba preparar sus puntas de lanzas con veneno robado, sigilosos a serpientes o larvas.

Ahora, ya vieja, recuerdo aquel paraíso de altos árboles, de aguas cristalinas cuando los monzones transformaban la tierra seca en ríos y mis baños sedientos en sus orillas.

Y ahora me siento, me adentro en este sillón hundido y paso las fotos, la imagen de nuestra casa colonial, majestuosa, pero de muros inseguros de barro cocido al sol.

Mamá, buena inglesa delicada en las formas, adornaba la mesa con el mantel de lino para noches como esta. Este que aún guardo y coloco para vosotros. Coloco los cubiertos de plata guardados con tanto celo. ¡No me fío!, ¡no me fío!... no me fío. Los abrillanté esta mañana con esmero. Mamá, te colocaré junto a papá, luego el abuelo, la abuela y yo.

Suena la voz metálica del ascensor. ¡Se detiene! pero no, ¡no entran aquí! Se abre la puerta de al lado. Escucho voces, voces, carcajadas chirriantes, griteríos de niños, incluso… ¡válgame Dios!, el tapón despedido del champagne. Deben ser muchos: la familia, hijos, tíos, sobrinos, incluso estará el conserje.

¡No importa, no me importa! Yo también os tengo a vosotros, mis invitados: papá, mamá, abuelo, abuela. Con los cubiertos, en orden como siempre os ha gustado.

Son las doce, las doce campanadas. Los presentadores de la plaza lucen lentejuelas. Miro através de mis cortinas. ¿Sola?... ¡Sola! No. ¡estoy con vosotros. Bailar, bailar, me animará bailar.

Ya viene la enfermera, ¡ya viene! ¡Me quitará los cubiertos, como cada día me meterá en la cama, me dará, me obligará a tomar las pastillas!

No me gusta esta residencia, no quiero esta habitación. ¿Puedo irme?, ¡quiero irme!

¡Déjeme soltar amarras!


Inmaculada Morales del Río

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