Pintora: Marie Ange Bernabeu
Escritora: Mónica Aguilar
Marie Ange pintó este cuadro con la intención de que un alumno de escritura lo relatara. Aquí podéis ver el resultado de ambos trabajos de libre creación.
El tiempo frío junto con el paisaje nevado siempre me recordaban a aquella época, a aquel momento. Ese instante en que nuestras vidas cambiaron para siempre.
Ese viejo camino en el que acabé casi sin querer revivía en mí sentimientos y sensaciones que hacía mucho que no experimentaba. Ellos se reunían allí todos los años y todos había recibido una invitación. Sin embargo, nunca me había atrevido a ir, hasta ahora. Pensaba que no podría soportarlo, que explotaría y volvería a tener otra crisis, me daba pánico siquiera pensarlo. Lo cierto era que no me equivocaba. No podía evitar que aquellos recuerdos se agolparan en mi mente uno tras otro. Unas risas infantiles retumbaban en mi mente, tuve que parar para apoyarme en un viejo y bajo muro cubierto de nieve. Comencé a temblar y no era por el frío, me arrepentí de no haber ido con alguien. Aunque sabía que solo debía llegar al final del camino para encontrarme con ellos, solo pensar en volver a aquel lugar me revolvía el estómago y formaba un nudo en mi garganta. Cuando logré calmarme un poco y recomponerme para dar media vuelta e irme de allí, la oí. Su dulce risa infantil. Entonces la vi, vaporosa, me atravesó como si nada, corriendo feliz con su mochila roja. Cuando se giró a sonreírme solo pude estirar el brazo, con el rostro descompuesto. Sin embargo, no estaba sonriéndome a mí, sino a una versión joven de mí y al resto de nuestros amigos. Corrían riendo, saltando, jugando de forma inocente sin imaginar que algo malo pudiera pasar. No pude evitarlo, salté como un resorte y comencé a correr tras esos recuerdos. En ese momento, algo dentro de mí pensó que podría cambiarlo, aunque no tardé en comprobar que me equivocaba. Mientras recortaba la distancia con el lugar que había al final del camino, más recuerdos asaltaron mi cabeza, que reprodujo diferentes escenas en las que jugábamos con la nieve, al escondite o a cualquier cosa que se nos ocurriese. Mientras dejaba atrás el vaho de mi respiración agitada, notaba como mis mejillas se helaban. ¿Eran lágrimas de miedo, de tristeza, de ira... más bien de culpabilidad? «Juguemos a las carreras de barcos». La frase martilleaba mi cabeza, era algo que había dicho aquel entonces. Era el comienzo de todas mis pesadillas.
Caí en la nieve nada más llegar y pude comprobar como mi mente me la volvía a jugar, mostrándome esta vez una mochila roja abierta y congelada, junto a un dichoso barquito de papel que reposaba en la orilla de un río y una manita amoratada... Cerré los ojos con fuerza, no podía soportarlo, ¿qué hacía allí? Estaba claro que todavía no lo había superado. Un grito desgarrador brotó de mi garganta, sentí que perdía el control mientras me retorcía entre la nieve. Ni siquiera recordaba cuándo me habían incorporado y recogido entre sus brazos, pero era algo común cuando me daban esos ataques. Aunque me hablaban con palabras tranquilizadoras y voces suaves, el dolor de cabeza era insoportable. Logré abrir los ojos y, tras parpadear varias veces para terminar de despegar mis congeladas pestañas, los vi. Mis viejos amigos estaban allí, rodeándome y tratando de calmarme. Hacía mucho que no los veía, todos habían cambiado. Mi mente seguía mezclando el pasado con el ahora, intercambiando sus rostros de la niñez con los actuales. Me disculpé por la escena anterior, pero ninguno parecía molesto. Me dedicaron cálidas sonrisas (que me reconfortaron más de lo que pensaba), algo caliente para beber y me cubrieron con una manta. Me preguntaron qué tal me iba en mi nueva casa entre otras trivialidades, noté cómo iba relajándome y así, poco a
poco fui entrando en calor.
Comimos juntos en aquel claro del bosque nevado, acompañados por el sonido del agua siguiendo su curso. Tras aquello, sacaron barquitos de papel con cosas escritas y yo hice lo propio. Volví a temblar mientras veía al resto soltar sus barquitos para que siguieran su camino río abajo, sentí que volvía a romperme con aquella escena. Sin embargo, en esta ocasión no era igual, todos estaban conmigo, todos me daban su apoyo. Por eso logré soltar mi barquito, que esperaba que te llegara estuvieras donde estuvieses, para que al menos supieras que lo siento. No pude contener las lágrimas mientras lo veía bajar flotando. Volví a verte en la otra orilla, sonriéndome. Entonces supe que nunca me guardaste ningún rencor y que, al igual que aquel barquito de papel, yo también
podría seguir mi camino.
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