Había nacido a finales del siglo IX D.C.. Fue un niño muy esperado en su clan familiar integrado por sus padres, abuelos, hermanos, tíos, primos y sobrinos. Todos vivían bajo un mismo pedazo de cielo, en uno de los pueblos costeros nórdicos del conjunto escandinavo. Se llamaron“Vikingos” y es así también como han sido conocidos por el resto de la humanidad. Eran expedicionarios muy vinculados al mar, considerados como unos guerreros rudos y severos pero buenos comerciantes, aunque no escatimando robar barcos en el mar. En las costas también saqueaban de todo lo relacionado a riquezas. Tampoco eran los únicos que lo hacían por aquel entonces, pero en ellos fueron considerados como los actos de piratería de algunos pueblos paganos. A pesar de esto último, también sabemos que donde nació este niño era una cultura con mucho que enseñar a otras, tanto en lo social como en otros asuntos y cuyo único fin era obtener la abundancia y la prosperidad, bien con el comercio o sirviendo con sus armas. Tener hijos significaba el orgullo de la familia. Respondiendo al don divino de la fertilidad, los padres de aquel niño habían engendrado dos hijos y una niña antes que él. Luego ellos y toda la familia, habían sufrido mucho frente a la desgracia de haber perdido a sus dos hijos mayores. Ambos fueron víctimas en una batalla en lasexpediciones junto a los de su pueblo y junto a su mismísimo padre, jefe del condado. Ellos se enfrentaron a pueblos enemigos, lo que no dejaba de simbolizar un deber sagrado, elenfrentamiento en el que perdieron la vida.
Aquella fue un día, la triste noticia que trajeron cuando regresaron, al final de una de lashabituales incursiones por mar, que se encausaban durante los meses de verano. Pero como en todotiempo de la existencia humana, las personas se ponen tristes al perder a un ser querido. Por bastante tiempo estuvo la única hermana desesperada por aquella pérdida. La madre de aquellos dos hijos varones que también sufrió mucho desaliento, fue la que al cabo de unos pocos años diera a luz una vez más un hijo varón, que fue el último de aquella pareja vikinga.
Cuando el niño nació, su padre ya rondaba los cincuenta años y pese a su fortaleza en esos tiempos, significaba la edad media que se aproximaba al final de los días en la vida de un vikingo.No obstante ello, con energía y optimismo se preparó recurriendo a los rituales y a los dioses que eran lo más importante, para darle el nombre a su nuevo hijo. Este debía representar parte de lo que sería su personalidad, o sea, una cualidad espiritual para el nuevo ser. Era necesario esperar nueve días, pues si algún defecto encontraba en él, que le hiciera pensar que no podría llevar una vida digna, entonces no podía ser aceptado y se dejaría a la intemperie, donde al llegar la madrugada habría muerto.
Para celebración de todos, al pequeño se le comprobó sano y fuerte. Entonces al noveno día después del nacimiento, el padre lo tomó en sus brazos y sentado sobre sus rodillas le roció agua con una rama a modo de purificación. Luego, él mismo le marcó el signo del Dios THOR en el puño (una “T” invertida). Estaba invocando la protección que este le daría personificando al formidable guerrero. Le dio por fin con gran ilusión, el nombre de ROMSDAL que significaba “poderoso”. Así pasó oficialmente a ser un miembro de la familia y por extensión, de toda la comunidad.
Desde que comenzó a andar y hablar, Romsdal era un niño poco comunicativo y casi nunca se integraba en los juegos. En tiempo estival, la madre ejercía la jefatura de la casa y el control de la granja en ausencia de su marido, como lo señalaba la tradición. Fue en uno de esos veranos que él comenzó a tener conductas fuera de lo habitual entre los pequeños. Cuando todos dormían, cogía un farol encendido, caminaba lentamente y se internaba en el bosque. Al principio, su madre y su hermana despertaban y al no encontrarlo, acudían en su rescate. Él no sabía entonces ni supo después, dar explicación de sus actos. Lo que sí salía de sus entrañas era un abrazo enternecido y la buena sintonía del rostro con el que las recibía. Ya para el invierno se sumaba el padre a su búsqueda para lo que al momento de unirse a ellos, siempre se comportaba igual, con las mismas demostraciones de cariño.
En la medida que Romsdal fue creciendo, empezaron a perder el control de sus desvelos que erancada vez eran más frecuentes. La atención permanente de los demás por ese deambular se empezó un tanto a desvanecer. No era por falta de cariño por él, sino porque se estaba haciendo mayor. Desde ese mundo hostil en el que se desenvolvía bien no acusaba miedos y por eso tampoco los transmitía a los demás. Algunas veces regresaba por las madrugadas, ya sin luz en su farol y a oscuras, aún con el frío y la nieve y sin signos sufrimiento. No faltó quien dijera que tendría algún don o que iría a comunicase con los dioses. Otros, que sería llamado por algún monstruo y que eso lo podría hacer un ser peligroso. Comenzó a desatar todo tipo de conjeturas, con el agravante de que él, no seguía un diálogo, no sabía dar explicaciones, ni hacía comentarios de sus misteriosas desapariciones, dejando entrever sin saber decirlo, que a él no le sucedía nada especial.
Su padre lo veía junto a las fieras. Lo comprobó con sus propios ojos ocultándose en la oscuridad del bosque y hasta creyó ver visiones. Inmediatamente vino la primera vez a relatárselo a su mujer y a su hija porque eran los tres, los más cómplices de Romsdal. Había visto un gran lobo feroz al que aquel niño ya crecido se acercaba con absoluta paz. El animal practicaba una profunda y sonora respiración, mirándole a los ojos, le propiciaba un leve “coz de caballo” y acto seguido, se echaba sobre sus cuatro patas cerrando los ojos. El jovencísimo crío se tumbaba a su lado, mirando y señalando las estrellas en el cielo, que emergían por entre las ramas, hasta quedarse dormido un largo rato. Decía su padre que se confundía entre el aroma del bosque, mezclada a veces con la pestilencia y el aliento que era conocido en las fieras. Eso al amigo no parecía importarle. Una y otra vez fueron presenciados espectáculos similares y siempre, junto a animales que imponían miedo hasta al más audaz.
Entre los trece o catorce años, los muchachos debían pasar una prueba que les llevaría a ser considerados hombres y parte integrante del grupo social al que pertenecían. Las pruebas podían ser de diversos tipos y suponían un desafío para el chico, ya que debía mostrar su habilidad y destreza enfrentándose a situaciones inesperadas. A Romsdal, no le faltaban habilidades físicas y dotado de corpulencia destacada, acusaba siempre desgano y negativa ya que se habían mimetizado las fieras con él, y él con las fieras. No podía jamás continuar las prácticas que se les imponían. En fiestas que se celebraban durante el invierno se mandaba al bosque al grupo de candidatos de ese año, donde simulaban ser lobos. En ocasiones, los jóvenes debían cazar algún animal sin llevar armas. Más tarde, sus padres o un sacerdote les untaban la cara con la sangre de dicho animal.
Pasada la prueba, los “nuevos hombres” como se les consideraba, recibían una espada y cada joven adquiría todos los deberes y derechos de cualquier adulto. La subsiguiente fiesta, además de comida y bebida en abundancia, augurios y regalos de los familiares, en ocasiones incluía la primera experiencia sexual.
Confundidos los padres de Romsdal y desalentados los demás familiares y todos los de la comunidad, era evidente que el joven a pesar de su aspecto hermoso y fornido para ser un implacable guerrero y navegante, digno de esa concepción de raza de un estereotipo de hombre superior, no llegaría a cazar ningún animal, ya que él solo sabía moverse entre ellos sin ser atacadoy cuánto menos iba a nacer de él el instinto de matar. Es por eso que su padre nunca llegó a untarle la cara con la sangre de ningún animal muerto. Él no pasó la prueba de nuevo hombre para recibir su espada de regalo, cuánto menos, celebrar la fiesta para adquirir los derechos y lo deberes de un adulto vikingo. Con este panorama, tampoco los padres podían aspirar a celebrar ningún contrato social para su matrimonio, mediante las uniones concertadas entre integrantes de una familia y otra.
Los sucesivos fracasos frente al pueblo fueron convirtiéndose en la gran preocupación para la familia de Romsdal. No era dios, no hacía milagros, no era artesano, no era granjero, ni guerrero ni navegante y en definitiva, nada le hacía relevante para ser un vikingo. Su padre fue enfermando tras el abatimiento.
Llegó el momento en que la junta de pobladores debía reunirse en asamblea, que era habitual en ellos, para tomar decisiones y esta vez lo era con respecto a Romsdal como integrante. Una de las más drásticas decisiones fue, que se le sacrificara como si fuera un esclavo a la muerte de su padre. Luego se debía proceder a la cremación y se le daría sepultura en la misma pira junto a él para que pudiera servirle en la otra vida. La segunda decisión fue, que por los derechos que estaban permitidos otorgársele a las mujeres, su padre grabaría su piedra rúnica en la que habría de notificar la herencia de todos sus bienes y de algunos otros de la familia a favor de su única hija, la hermana de Romsdal. Consistía en un importante documento de una era en que las decisiones legales no se trasmitían en papel, pero que era la fortuna que le hubiera correspondido al único hijo varón que tenían.
Ambos, padre y madre presos de angustia, solicitaron a la junta para que el castigo impuesto a su hijo fuera el destierro y no la muerte como a un esclavo. La exhortación, entendida y aceptada, fueconcedida para que se llevara a cabo durante las expediciones del siguiente verano, el que ya estaba muy cerca. Contrataron para ello un hechicero. Este buscaría la forma de que viajando con el joven, emplearía bebidas espirituosas especialmente preparadas, que harían su estancia apacible, sin sufrimientos durante el tiempo que tuviera que soportar embarcado.
Cuatro años atrás, su padre había comprobado que era verdad la noticia que se corría acerca de una ciudad llamada Santiago. Él comandó la anterior incursión a ella y sabía que se había convertido en un auténtico foco de peregrinos, que llegaban de todo el mundo. Que el objetivo de ellos era obtener dones del altísimo o bien agradecer esos dones dejando, partes de sus riquezas en la catedral o en esa ciudad. Comprobó asimismo que lo que había allí era un auténtico tesoro y para sus barcos un auténtico botín. Fue en ese lugar que lo percibió un tanto sagrado, donde pidió desde su lecho de muerte, que fuera el exilio de su amado y extraño hijo. Al zarpar la flota, esa vez dotada de doce barcos, la madre desde la playa instaló su recinto de adoración a BALDER el dios de la Luz y la Pureza y a FREYA la diosa de la Suerte y el Destino, para así despedir a su hijo de la mejor manera y que él pudiera verla también hasta perderse en el horizonte, sabiendo que lo amaba.
Cuando la expedición pasó Normandía siguió desplazándose por mar hasta llegar al Norte de la Península Ibérica. Al llegar al lugar anhelado por el padre de Romsdal para que fuera dejado su hijo, el hechicero le alimentó cual si fuera un “desposado en luna de miel” con abundante bebida espirituosa de aguamiel y un potente alucinógeno. El hechizo sorprendió hasta al servil hombre y a todos cuando, ya en la catedral en pleno saqueo, Romsdal en lugar de quedarse dormido como se esperaba, comenzó a levitar en medio del altar mayor. Los intrépidos expedicionarios no dudaron en huir pronto tan solo con una parte del botín. Los monjes que habían sido sorprendidos una vez más por estas tribus que aterrorizaban, eran incapaces de defenderse. Auscultaron a través de las ranuras de una de sus estancias más seguras y lo vieron todo cuando saqueaban, pero también vieron cuando huyeron dejando aquel hombre aunque sin armas, flotando en los aires. Asustados y horrorizados corrían de aquí para allá sin saber qué hacer. Hasta que de pronto, la ocurrente idea del más audaz, los llevó a coger de la sacristía varias cuerdas torneadas, fuertes y blancas como la nieve que se mantenían guardadas para las celebraciones religiosas. Con ellas se llenaron de coraje, rezando e implorando la protección del Apóstol. Así que, bajo el zumbido de sus plegarias, cual un enjambre de abejas atacó. Aquel estereotipo de hombre, de tez blanquecina, cabellera larga y rubia, ojos azules, físico perfecto que les doblaba en estatura, tan alto para ellos como una palmera, resultó que después de algunos minutos, dejara de levitar y cayera al suelo atado de pies y manos. Mientras, otro de los monjes, había salido rápidamente al exterior, para así llegar a los guardias de la ciudad, anunciar lo acontecido y que tomaran cartas en el asunto. Había sido una heroicidad la de estos servidores del Señor, los que no eran bélicos, ni mucho menos se les ocurriría matar a aquel joven.
Romsdal despertó y, entre tanto, intentaba dar manotazos a diestra y siniestra sin poder casi moverse, al tiempo que vociferaba en su lenguaje nórdico antiguo y al que nadie podía comprender.
Fue encerrado en un calabozo cuando vinieron por él. Durante meses fue obligado a trabajos forzados a los que no respondía ni aún con castigos. Comenzaron a apiadarse entonces de él, un muchacho bueno y solitario.
Existían ya en esos siglos reinos Vikingos convertidos al cristianismo. Conocedora la gente de estas noticias, admiraban al vikingo joven cuando lo veían, convencidos de sus señales de fe. Se arrodillaba aún esposado frente a la imagen del Apóstol Santiago y ante el Cristo Crucificado, tal como lo hacían los devotos y ahí permanecía largo rato. Sin ser mudo, la fe de Romsdal no florecía en su boca, pero sí la irradiaba con sus gestos. Parecía venerar, ya fuera por imitación, o fuera porque viese otrora en su tierra adorando y practicando rituales y ofrendas a las deidades. Muchas veces lo hicieron sus padres porque anhelaban la curación de su hijo misterioso. En estos casos invocaban al dios ODIN que si bien era asociado con varios aspectos de la vida, el de la curación era importante y el de la grandeza hasta la muerte también.
Luego, prematuramente aquel joven hermoso comenzó a envejecer y fue puesto en libertad. Sentían piedad hasta de su situación en soledad y desarraigo. Ya no era justo que se le siguiera identificando como aquellos guerreros del norte que desataban el terror. Más bien Romsdal no hacía mal a nadie. Desde entonces, comenzó a deambular por la Iberia del Norte, comiendo frutos del bosque. Se corría la voz de pueblo en pueblo, de un vikingo errante y al que no faltaba quienes lo divisaban aún a la distancia y huían de él.
Se cuenta que al cabo de algunos años, Romsdal al que nunca le vimos enamorado, sí hubo dejado prendada con sus encantos de juventud, a la diosa IDUN. Ella, la protectora de la eterna juventud, llegó hasta a él. Cuentan que fue encontrado por rudos campesinos, moribundo al pie de un árbol, con los brazos cruzados sobre el pecho como cuando comenzó a levitar, allá en el altar. Ahora sabemos, que aunque no nos lo dijo, ese pecho al que apretaba estaba henchido de fe. Pues, sobre su cuerpo fueron cayendo hasta cubrirlo, rojas y relucientes manzanas. Era obra de la diosa IDUN, la que con su poder, dejaba caer frutos a los que consideraba el “combustible” que sostenía la inmortalidad del alma. En su visita celestial lo envolvió en su regazo, lo rejuveneció y se lo llevó. Su cuerpo en esta tierra no fue encontrado jamás y dicen los campesinos que durante mucho tiempo, cada vez que el árbol estaba cargado de frutos, se veía una estrella fugaz caer sobre él.
MARGARITA M.
Comments