Se mudaron muchas veces, de un lugar a otro, antes de asentarse en aquella orilla del río Guadalquivir. Yo los contemplaba los primeros días con alguna preocupación, temía que pudiera ser mala gente, personas que no cuidaran el entorno. Pero fueron pasando los días, las semanas y los meses y todos aquellos temores míos fueron desapareciendo, el contorno aparecía como antes de que ellos vinieran, o mejor aún, habían hecho limpieza de toda la orilla e, incluso, habían preparado un huerto donde desde la otra orilla se veían crecer sobre las cañas bien colocadas, unas tomateras enormes.
Se veía que era una familia al menos de cuatro personas, dos adultos y dos niños pequeños que andaban siempre correteando por el agua río arriba, río abajo, yo pensaba que por lo menos eran limpios. Un día mientras pescaba, oí unas voces y cuando levanté la cabeza vi que era aquella señora gordita de la orilla de enfrente, la saludé con la mano y me hizo señales para que cruzara el río y fuera donde ella. Me mostraba una bolsa repleta de hortalizas, en ella se distinguía el rojo de los tomates y algo verde que supuse que serían lechugas, pimientos y otras cosas parecidas. Dejé la caña de pescar, me monté en la barca que tengo para cuando necesito cruzar y me acerqué hasta donde ella se encontraba. La mujer se presentó y me dijo que se llamaba Olga y que eran una familia de rumanos errantes, que iban de acá para allá sin tener nunca un lugar fijo para vivir, iban conociendo cada vez países y lugares nuevo.
La verdad es que me alegré mucho de tener alguien con quien hablar, llevaba ya mucho tiempo viviendo solo en aquel lugar apartado y echaba de menos tener alguna vez que otra una conversación. En principio me extrañó mucho, no pensaba yo que aún quedaran familias errantes como antaño, hacía ya muchos años que no los veía, desde que era pequeño y pasaban por el camino que pasaba por mí puerta. Por entonces era raro la semana que no llegaban y se instaban allí cerca.
Unos días más tarde Olga me volvió a llamar, aquel día me presentó a toda la familia y me invitó a comer con todos ellos, la comida desconocida para mí, estaba buenísima, toda hecha con productos del huerto. La verdad es que hacía mucho tiempo que no comía tan bien. Naturalmente mis dudas y malos pensamientos sobre aquellas personas desaparecieron de mí mente, y pasaron a ser mis amigos más cercanos y en los días de verano ,cuando el río bajaba tranquilo y se podía ver limpio como un espejo, nos bañábamos todos juntos y nos dábamos largos paseos en mi vieja barca.
Pero aquellas personas estaban acostumbradas a vivir de esa forma, a no echar raíces en ningún lugar y un buen día, se despidieron, levantaron el campamento y se fueron para nunca más volver y yo que me había hecho a ellos, a su amistad y a su buen comer, otra vez me quedé triste y solo, sin tener con quien hablar.
José Moreno
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