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Se mudaron...

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Se mudaron muchas veces de un lugar a otro hasta que Olga se cansó de seguirle la corriente a su pareja. Se acostumbraron a cambiar de aires cada cierto tiempo. Por el particular carácter de Santiago, siempre conocían a muchos de los lugareños porque él contribuía en sus quehaceres y los ayudaba, para de algún modo ganarse así el sustento. Porque comer, comían todos los días. Por tanto, necesitaban ingresos para alimentarse y vestirse. Él no fue nunca un hombre ambicioso, ni tampoco le importó lo material. Vivía el presente, sin preocupaciones ni obligaciones. Tampoco le dio importancia a las habladurías o críticas que a su paso corrían. Estaba conforme con como discurría su vida. Ellos se dirigían sin rumbo a un sitio no concretado, sin pretensiones ni expectativas. Se movían por el simple hecho de conocer mundo. Ejercían su derecho de ser libres al máximo, conectándose con la naturaleza y disfrutando el uno del otro. Todo eso le valió y llenó a Olga los primeros años, cuando aún era una joven entusiasta e idealista antisistema. Antaño ambos soñaban con llevar una vida errante, nómadas modernos, deambulando con su caravana de un pueblo a otro, de un país a otro...


En un principio, su objetivo era disfrutar del tiempo libre y viajar por el mundo. Y aunque los dos eran personas prácticas y autosuficientes, también necesitaban cosas del exterior a su burbuja de amor. El compromiso, la amistad, el compartir, el aprender, el convivir, el pensar, etc. Todo era uno para los dos. Pero los espejos eran testigos y chivatos de que el tiempo pasaba. Y a Olga le había nacido un sentimiento no compartido por Santiago. Ella deseaba un bebé y él no estaba por la labor. No concebía engendrar un niño en esas condiciones, chocaban en su mente sus propias ideas, su forma de ver y vivir la vida, sus experiencias y vivencias, las creencias y tradiciones heredadas por la familia y la sociedad. Sin embargo, Olga estaba dispuesta a iniciar una nueva etapa. Una en la que intuía que aprendería más de la vida, pues eso mismo estaría creando, vida.


La mañana de un día soleado, Olga se envalentonó y decidió que era el momento y lugar idóneos para abrirle su corazón. Habían estacionado su caravana junto a un río, disfrutaban oyendo el agua correr y los ruidillos de otros seres vivos que como ellos amaban ese entorno. Sabía que lo enfrentaría con energía positiva, sin intención de manipularlo o convencerlo de hacer algo que no quería solo por complacerla, sino para que comprendiese que ahora ella quería que otro ser humano, carne de sus carnes, se uniera a su camino. Que compartiera experiencias y aprendizaje. Lamentablemente, la conversación tomó otros derroteros de los esperados por Olga y terminaron a voces en el descampado donde se encontraban. Expresaron sus opiniones en voz alta, gritaron sus deseos y anhelos. Y comprobaron decepcionados que sus caminos se bifurcaban en ese instante. Que ni el amor que se procesaban soportaría esa confrontación. Sus diferentes visiones del futuro común los separaría para siempre.

ANA ESCOBAR

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