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CAPERUCITA COLORADA

escrituraupmijas

Hola me presento: soy el Lobo no tan feroz. Conocí a Caperucita hace tiempo, pero nunca me había atrevido a acercarme a ella. La había visto ir y venir del cole con otros niños, pero nunca me había dicho un adiós ni me había dirigido ni una simple mirada.

Caperucita, una niña para mí preciosa, arrastraba fama de mandona, desobediente, de fumar a escondidas y hasta de tirar del rabo a los perros. Un día me la encontré sola en el bosque y me atreví a acercarme.

—¿Qué quieres de mí? Eres el Lobo Feroz ¿no?

Le dije que tan feroz tan feroz no era y que lo que quería era conocerla hacerme su amigo y acompañarla. Me miró con desprecio y se alejó vereda adelante sin ni siquiera despedirse.

—¿Qué llevas en la canastita? —le pregunté.ç

—Una tortilla para la cena de mi abuela que está ya muy vieja… Y deseando estoy que se muera para no andar cada día con este trajín. Acompáñame y carga tú con la canasta —me contestó.

Embobado fui detrás de ella hasta la casa de la abuela y en la puerta se paró, me miró muy fijo y con absoluta firmeza me soltó:

—¡Cómetela! Yo no voy a decir nada, tú habrás cenado y yo no tendré que ir yendo y viniendo cada día… y hasta podremos vender la casa.

Efectivamente yo me la comí, pero no fue por hambre sino por ser obediente y complacerla, tal era mi embeleso por ella. Antes le había quitado la ropa claro y Caperucita al verla en el suelo me dijo que sería divertido verme disfrazado con la ropa de la anciana... Fue entonces cuando empezó a chillar a pleno pulmón y a hacer aparecer lágrimas como limones por sus mejillas hasta que apareció el bobo del cazador, que viendo sus lágrimas y sus lamentos, creyó su versión. Naturalmente, era que yo me había disfrazado, me había comido a la abuela y que estaba a punto de comérmela a ella.

Fue entonces cuando sucedió aquello que ni quiero recordar, pero que conviene aclarar. Ni me abrieron la barriga ni me metieron piedras: me tiraron al río con la abuela dentro y nadie se volvió a preocupar ni de la abuela ni de mí. Tragué tanta agua que con la vomitona salió la abuela tan campante. Cuando conseguimos salir del río fuimos siguiendo de cerca a Caperucita y al leñador, que iban de vuelta a casa de la madre de Caperucita. Estábamos tan cerca que pudimos ver que Caperucita, cogida de la mano del bobo del cazador con mirada infantil y voz melosa, le contaba que la culpa en el fondo la tenía su madre que la había puesto en peligro haciéndole atravesar un bosque con un peligrosísimo lobo feroz.

—Razón tienes, Caperucita, perfectamente tu madre podría haber pedido un Glovo y ahorrarte el viaje —añadió el bobo del cazador.

Desde entonces vivo con la abuelita en su casa y me tiene encargado que bajo ningún concepto deje entrar a Caperucita por la puerta.

JOAQUIN GARCÍA



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