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CAPERUQUEJICA ROJA

escrituraupmijas

Todo pasó tan rápido que casi no me dio tiempo a procesar lo que estaba ocurriendo. Al menos, aquella dichosa capa roja por fin me servía de algo, era lo único que se interponía entre sus dientes y mi garganta. Forcejeé con el estúpido animal que minutos antes estaba reposando como si nada en sábanas ajenas. Traté de apartarlo a patadas, sosteniéndolo del cuello para evitar las dentelladas de sus fauces. Pero parecía reacio a ceder, me había arañado con sus zarpas. Sentí cómo se me atenazaba la garganta tras gritar como medida desesperada en busca de ayuda. Las lágrimas se agolpaban en mis ojos al pensar que todo terminaría así. Pero, tras un sonido abrumador, todo se tornó negro.

A pesar de lo que muchos puedan pensar, un paseo por el bosque cargada con una cesta repleta de cosas no era para nada estimulante. Prefería quedarme en el pueblo jugando a la comba con mis amigas, pero allí estaba. Otra vez de recadera. Para colmo, mi madre no me dejaba tocar absolutamente nada de la cesta que llevaba, así que cuando me entró sed, tuve que arrodillarme en el río.

—Vaya, vaya. Qué jovencita tan adorable. ¿Adónde vas?

Aquella profunda voz me pilló desprevenida, tanto que casi me caigo de cabeza al agua. Alcé la mirada mientras agarraba con fuerza la cesta y abrí mucho los ojos al descubrir que se trataba de un lobo.

—A ti... ¡A ti te lo voy a decir!

El animal me miró detenidamente, provocando que me tensara. Me incorporé lo más rápido que pude mientras él miraba mi cesta.

—Así que a ver a la Abuelita...

—¿Cómo lo has...? —Bajé la mirada. En la cesta había una nota pegada: “Para la abuela”.

¡Mi madre me tomaba por estúpida! ¿Para qué colocaba la aclaración? Ni que me fuera a ir de picnic con ella... Aunque, pensándolo bien, habría sido mejor idea. Sacudí la cabeza, no tenía tiempo para tonterías.

Después de que el Lobo tratase de engañarme, seguí mi camino, con la mala suerte de que acabé perdiéndome igual. ¿En qué momento mi madre había decidido mandarme sola con una cesta por mitad del bosque? ¿No había gente menos torpe en el pueblo?

Al llegar a casa de mi abuela, noté el ambiente enrarecido, demasiado silencioso. Hasta que alguien alzó la voz. Sí que estaba resfriada la pobre, qué voz más ronca. Dejé la cesta en la mesa y me acerqué a la cama, ella no paraba de balbucear cosas sin sentido, ¡y todavía no había sacado el vino de la cesta! Sin embargo, al ver el brillo en su sonrisa y en sus ojos, noté que no se trataba de ella.

Abrí los ojos, ahogando un grito e incorporándome de golpe. Me llevé las manos a la garganta y luego al resto de mi cuerpo. Estaba dolorida y llena de arañazos, pero no tenía nada grave. Miré a mi alrededor, parecía la casa de mi abuela... Aún estaba muy confusa y algo marcada, pero las heridas y el lugar me decían que no había sido solo un sueño. Me levanté y comencé a buscar a mi abuela. La cesta estaba vacía en el sitio donde la había dejado. Al escuchar unas risas provenientes de fuera, decidí salir despacio, y casi preferí no haberlo hecho. Debí haberme golpeado muy fuerte la cabeza en el forcejeo, porque un cazador, mi abuela y el Lobo no podían estar comiendo juntos en una mesa, ¿verdad...? ¿VERDAD?

—Oh, cielo, por fin despiertas. Ven que te presente a tu abuelo y a tu primo.

—¿Perdón?

—¡Vamos, vamos, no seas maleducada!

—¿Maleducada yo? ¡Ese bicho ha intentado comerme!

—Me pongo de mal humor cuando tengo hambre, pero ya estoy mejor —dijo el Lobo mientras levantaba como si nada un sándwich de pavo.

—Podemos merendar juntos y luego te llevo a casa, hija. Tranquila, parece un truhán, pero solo necesita mano dura y disciplina.

A aquellas frases las acompañaron risas de mi abuela y quejas del Lobo. Volvieron a ofrecerme asiento hasta que finalmente me resigné a sentarme.

«Mi primo y mi abuelo...Claro que sí.» Pensé. «Ya sé por qué mi abuela vive sola tan lejos, está chiflada.»


Mónica Aguilar Macías.

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