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TACIRUPECA JARO

escrituraupmijas

El lobo yacía sin vida sobre la cama revuelta. La sangre se escurría entre los pliegues de las sábanas y goteaba sobre el suelo de madera. Una niña chillaba llamando a su abuela. El cazador que había matado al lobo la encontró herida y temblando debajo de la mesa del salón. La niña acudió llorando.

—¡Abuela, abuela!

—Caperucita, hija mía. ¿Estás bien?

—Si, abuelita, el lobo no me ha hecho nada, el señor cazador lo ha matado.

—¡Tenemos que llevarla al médico, señora! —dijo el cazador.

—Será mejor que me lleve a casa de mi hija, hijo.

—Yo sé el camino —contestó Caperucita, sin que nadie le preguntara.

El cazador enterró al lobo junto a un árbol:

—Vamos —dijo.

Mientras caminaban la niña les contó lo que había pasado:

—Iba por el bosque, por el camino de siempre, pero como tenía tiempo me acerqué a un claro del bosque donde crecen muchas flores para recoger algunas para mi abuela; ahí lo vi la primera vez, estaba detrás de un matorral, pero pude verle las orejas largas y puntiagudas. Me asusté mucho y me fui corriendo a buscar el camino, pero con los nervios me despisté y tomé una vereda equivocada, entonces lo vi corriendo entre las matas. Corrí todo lo que pude hacia la casa de la abuela y cuando llegué estaba la puerta abierta, yo no lo sabía, pero el lobo ya estaba allí. Entré en la cocina y no había nadie, ni en el salón, que estaba todo revuelto, tampoco; entonces llegué al dormitorio, llamé a la abuelita, pero nadie me contestó, en la cama había un bulto que me pareció la abuela dormida, pero entre las sábanas aparecieron las orejas y grité: «¡abuela, tú no tienes esas orejas!», y entonces, el lobo saltó, pero no me atrapó, chillé y se asustó, llegó usted y ¡¡pum!! Lo mató. Pobre lobo.

—¿¡Pobre lobo, niña!?, casi se come a tu abuela y lo mismo iba a hacer contigo.

Llegaron a la casa y, mientras la madre de Caperucita curaba las heridas de la abuela, la niña le repitió la historia de cómo el cazador dio muerte al lobo que ella se encontró en el bosque cuando iba a casa de la abuelita, pero el lobo llegó antes que ella y casi se la come, y se metió en la cama y le parecía la abuela dormida hasta que saltó y se la quería comer a ella, pero entonces el cazador lo mató. Pobre lobo.

—¿Cómo deja usted a la niña sola por el bosque, señora?

—Yo solo la envié con una cesta de comida a casa de su abuela. Ya había hecho ese camino muchas veces. Y, como siempre, le dije que no se entretuviera que fuera por el sendero que conocemos, junto al río.

—A los niños no se les puede dejar solos, no dan más que disgustos.


F. Javier Morillo

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