Me acuerdo de aquel día cómo si fuese hoy. Comenzaré por presentarme: mi nombre es Esmeralda y no soy de Málaga, tengo 20 años, morena, piel clara y ojos negros. Me gusta mucho viajar, he visitado muchos pueblos, pero hay uno en especial que me tiene enamorada, su nombre es Jubrique. Os contaré que hace diez años, una mañana del mes de abril, cogí una bolsa con poco equipaje y me dirigí al aeropuerto de Salamanca para subir a un avión con destino a Málaga. No podía imaginar que en un año volvería al mismo lugar.
Al llegar, alquilé una moto, eran unas vacaciones diferentes, sin rumbo fijo. Visité algunos pueblos hasta llegar a Jubrique. Me hospedé en la posada Mirador de Jubrique. Solté el equipaje, me puse cómoda y volví a salir. Recorrí paisajes llenos de vida, verde sobre verde y marrón, la luz del sol asomó tímida entre las nubes creando un juego de luces y sombras con los árboles, sus largas ramas me saludaban. Una suave brisa me susurraba dulces melodías, y creí poder volar. Incliné mi cuerpo en cada curva rozando levemente la carretera con mis rodillas, acariciándola.
Al cabo de media hora, el ruido del agua me embauco; paré mi moto, bajé hasta el lugar y tomé un sorbo de agua que salía de un manantial natural. Me senté junto a una roca para descansar y liberé mis pensamientos. Desnudé mis pies y los sumergí, brillaban bajo el agua. Introduje mis dedos en la tierra jugueteando, pero sentí un pinchazo y grité de dolor: Me agaché y agarré un aro sucio con pequeños salientes, lo giré sobre mi mano y verbalicé mis pensamientos:
—¡Oh, Dios! ¿Qué es esto? —Miré alrededor por si alguien me había escuchado. Nada, solo se oía el canto de los pájaros y el croar de las ranas—. ¡No puede ser!
Así la pieza y la guardé en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta. En mi cara asomaba una sonrisa pintada con rotulador permanente. Incrédula subí a mi vehículo y mi estómago rugió. Llegué a una venta muy peculiar enmarañada entre la maleza, Venta San Juan. Mientras disfrutaba de una sabrosa carne a la brasa y una jarra de cerveza, noté que alguien me observaba, me giré y sostuve su mirada; sin decir nada nos hablamos, ambos éramos almas libres y solitarias. Me acerqué a su mesa, nos presentamos y mantuvimos una agradable conversación. Nos despedimos y volvimos cada uno a su morada. Pero al día siguiente coincidimos en el pueblo, en el cruce del puente. Él era tan alto que tenía que agachar la cabeza para no tropezar. Yo pasaba sin ningún problema.
—¿No me estarás persiguiendo? —preguntó.
Sonreí por respuesta. Paseamos juntos gozando del momento, me enseñó cada recoveco del lugar: paredes decoradas con macetas de colores, flores y plantas, tejas pintadas y buzones muy originales. Me enamoré con cada pisada sobre un suelo de preciosas piedras, vimos pozos y fuentes muy antiguas. Cansada del largo recorrido, decidimos ir a almorzar, nos encaminamos al lugar dónde me alojaba y le enseñe La Fuente de la posada. Le conté que era una fuente mágica que tenía el poder de enamorar a la persona que bebiera de su agua. Sonrió y posó sus labios bajo el chorro que caía, bebió gran cantidad y limpió las gotas sobrantes de sus labios. Me miró paralizado. Acercó sus labios a los míos y me besó. Sentí algo que nunca había sentido. Sonreí y nos fundimos en un fuerte abrazo; pasamos una tarde muy especial.
Al día siguiente, intercambiamos los números de teléfono y decidimos volver a vernos en Jubrique en las próximas vacaciones. Después, cada uno tomó su camino.
Llegué a casa casi enamorada y con un anillo en el bolsillo. Al llegar el sábado pensé en Andreu y decidí llamarlo, pero no localicé su número, debí grabarlo mal. La mañana del lunes fui a recoger el anillo que había mandado a limpiar y tasar: era precioso, con pequeñas esmeraldas. El joyero me dijo que había una denuncia de pérdida que coincidía con el número de serie y la leyenda del anillo. Me quedé perpleja y le pregunté:
—¿De cuándo es esa denuncia?
—Hace diecinueve años. Hay que esperar a que la policía localice a la persona propietaria del objeto.
Me fui cabizbaja y sin anillo. Al cabo de nueve meses recibí una llamada:
— Buenos días. Mi nombre es Jorge y le llamo desde la jefatura de policía de Jubrique, con relación a un anillo que usted ha encontrado. Necesitamos que usted pase por aquí lo antes posible para rellenar un informe.
En menos de dos meses volví a Jubrique. Me presenté en comisaría, inspeccioné el lugar y me quedé anonadada al ver a Andreu; sonreí, nos besamos y me explicó lo sucedido:
—El anillo pertenecía a mi bisabuela. Este lo heredaron cada una de las mujeres de mi familia, hasta llegar a mi madre. Ella lo perdió cuando yo era muy pequeño.
Cuando terminó su explicación le dije que me alegraba mucho de volver a verlo.
Desde ese día seguimos encontrándonos año tras año en el mismo lugar, quizás nuestras almas gemelas algún día se unan para siempre.
Pilar Jazmín
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