top of page

UNA NOCHE COMPLETA

  • escrituraupmijas
  • 26 may 2022
  • 3 Min. de lectura

Esta historia que les cuento hace ya muchos años que la viví, fue una de esas locuras de juventud; y mi juventud hace ya tiempo que quedó bastante lejana. Por entonces, tendría yo unos veinte y pocos años, no más de veinticuatro o veinticinco, trabajaba en un hotel de la costa, con mucha gente de aquel pueblo y me invitaron a las fiestas de su patrona, La Virgen de Moclón que se celebra en el mes de agosto. Yo no conocía Júzcar, ni siquiera sabía dónde estaba, solo sabía lo que les oía hablar a ellos, y todos hablaban orgullosos de su pueblo y sus fiestas, pero aquel año estaban lejos y ninguno tenía coche.


Daba la coincidencia de que todos trabajábamos en el mismo departamento, entrábamos y salíamos a la misma hora. Aquella noche cuando terminamos de trabajar, después de las once nos arreglamos de prisa y nos pusimos en camino, ellos con la ilusión de ver a los suyos y pasarlo bien en las fiestas y yo con la incógnita de conocer algo desconocido. Cuando llegamos eran ya casi la una de la madrugada y la fiesta estaba en pleno apogeo. La música, el baile, los niños con su jolgorio, la caseta y los bares de la plaza estaban haciendo su agosto, no paraban de sacar bebida y platos de abundante y olorosa comida.


Yo tuve la suerte de que uno de mis amigos nada más llegar me presentaran a la mujer de su hermano, que era el que regentaba la caseta. Y como al hombre no le quedaba otra que estar sirviendo comida y bebida a destajo, pues ella me eligió a mí como pareja de baile para toda la noche y ante tanto desgaste, él se encargó de que en nuestra mesa no faltara de nada.


Luego sobre las tres ya cansados de bailar y comer, con el pretexto de que tenía a los niños durmiendo solos, decidió que nos fuéramos a su casa, ella, su hermana, que estaba bailando con mi amigo y yo. Como el marido tenía que quedarse hasta cerrar la caseta, le pedimos unas botellas y nos fuimos.


Ya en casa, nos sentamos en el patio, la temperatura era agradable, bebimos, charlamos y reímos un rato, conforme íbamos bebiendo y riendo, la temperatura fue subiendo y mi amigo y su pareja de baile, que parecían hacer buenas migas, se sentaron en un apartado rincón del patio. Y nosotros para que no se sintieran cohibidos, nos fuimos al interior de la estancia. Y la verdad es que aquella joven señora, pues no tendría más de veinticinco o treinta años, se portó como una perfecta anfitriona y me hizo pasar, sin esperarlo, una de las noches más agradable y completas de cuantas yo había podido pasar anteriormente.


Sobre las seis y media, más o menos, apareció el marido, entró al dormitorio, descolgó la escopeta que estaba colgada en la pared, y nos dijo; muy serio y con una gran templanza en su rostro, que iba a ver si cazaba algún conejo al amanecer.

Yo perplejo ante la capacidad de control que mostraba él, sentí de repente algo así como que me crecían las orejas, y si en aquel momento me hubieran puesto un espejo delante, hubiera visto en él la cara de un conejo en vez de la mía. Pero pasó pronto el mal trago, el hombre, me pareció que sabía bien lo que tenía que hacer, se marchó con el arma al hombro y nos dejó solos de nuevo. Muy a mi pesar el tiempo pasó rápido y pronto volvió de nuevo la luz del día, a las ocho ya estábamos todos reunidos en el coche. Nos esperaban setenta kilómetros de carretera en obra, sorteando máquinas excavadoras y camiones, y a las nueve teníamos que estar en el trabajo, no habíamos dormido nada y junto a mí tenía alguien que me pedía que me quedara, me ofrecía mesa, mantel, cama y compañía con exquisito placer para todo el día. Pero yo tenía que llevar a mis compañeros de vuelta.


Después, volví varias veces al pueblo y a la casa en la que tantas atenciones me dieron. Además de lo vivido aquella noche inolvidable y de la hospitalidad de la gente del pueblo, también me gusta el sabor de sus ricas castañas y esos tomates, pimientos o uvas que cuelgan de las vigas de sus techos.

Años más tarde llegó la industria del cine, con sus seres pequeñitos y pintaron todo el pueblo de azul y quedaba tan diferente, tan bonito que, aun teniendo otros amores, volví a visitarlo de nuevo, con la excusa de que me gustan mucho las castañas y el color azul siempre fue mi favorito.


JMJ


Comments


© 2021 by EscrituraUPM. Proudly created with Wix.com

bottom of page