INSCRITO ESTÁ EN LA PIEDRA
- escrituraupmijas
- 24 may 2022
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«Donde juegan con el viento y la lluvia las caprichosas torres, allí está mi identidad»
—¡Qué extraña inscripción! —comentaba Pedro, sentado frente al conjunto pétreo que llamaban La cueva del toro, cercano a otros cuyas características formas habían dado lugar a denominaciones como las de: Giraldillo, El Sombrero, El Púlpito...
Había llegado en una excursión procedente de Madrid, con la idea de investigar sobre aquellas enigmáticas palabras que desde la última vez que visitó estos paisajes kársticos, le habían tenido intrigado.
Tiempo atrás, encontró una leyenda antigua que podría ser el origen de esa sorprendente frase esculpida en la piedra. Pasó las páginas de la introducción buscando saciar la inquietud que le embargaba, adivinaba una fascinante historia:
—Jaime, amado mío ¿comprendéis ahora por qué me siento tan atraída por estos parajes? ¿Veis lo que os decía? Aquí se detiene el tiempo y el espacio se hace infinito. Un halo de magia envuelve este insólito lugar erosionado por lluvias y vientos crueles.
—Pero, me habéis traído aquí para contarme algo muy importante que queríais quedara muy claro antes de casarnos…
—Y voy a hacerlo, vais a ser el único que conozca esta verdad ¡Jaime! Os voy a confesar un secreto: ¿Qué pensaríais si os dijera que yo no soy quien vos pensáis? Escuchad con atención: yo era hija ilegítima de mi padre, mi nombre no es Sol sino Soraya. Fui el fruto del amor entre mi padre Don Fernando, Duque de Béjar y de una morisca, Xalima, mi querida madre, que Jesucristo o… Alá, tengan en su gloria.
»Llegó un momento en el que mi padre tenía que cumplir con sus compromisos y formalizar su enlace con Doña Ana de Arcos, convenido desde su infancia. Ello suponía alejarse de mi madre a pesar del sentimiento tan profundo que existía entre ambos. Pasaron algunos meses y mi padre se presentó de improviso en casa de mi madre, con la única idea —no podía ser otro el motivo, habida cuenta de que era muy recto en su proceder y buen cristiano—, de comprobar si recibía a su debido tiempo, la bolsa con los maravedíes que había jurado enviarle hasta el fin de su existencia. Me encontró, según dice mi madre, en la cuna. Él no sabía nada de mi existencia.
—Y ¿cómo reaccionó vuestro padre?
—No pudo contener las lágrimas, según me contó mi madre, le dijo que ante sus ojos no había diferencia alguna entre la criatura que su esposa acababa de concebir y yo. Pocos meses después nacería Sol.
—¡Cuán grande es mi sorpresa! Y ¿qué pasó con vuestra hermana?
—Como sabéis, los moriscos estábamos amenazados con la expulsión esperando que de un momento a otro se diera la orden de llevarla a cabo. Por tal motivo mi padre, con la aprobación de doña Ana, ordenó nuestro traslado a su palacio. Seríamos las damas de compañía de doña Ana y de Doña Sol, habíamos recibido ambas una educación esmerada y por tanto éramos merecedoras de ostentar ese rango. Había un entendimiento nunca visto ante una situación semejante a ésta, tal era la armonía y el respeto que mi padre sabía crear a su alrededor. Pero nos aguardaban dos desgracias que acontecieron casi de forma simultánea: primero la muerte de mi madre y después la grave enfermedad de Sol ante la impotencia tanto de médicos cristianos como de los más sabios alfaquíes. Con el corazón destrozado por el dolor y la certeza de la inevitable muerte de Sol, mi padre urdió un plan para salvarme la vida: Se deshizo de todos los criados, preparó mi huida que a nadie podía sorprender y organizó cada detalle para llevar a efecto el cambio que tenía previsto. En cuanto mi hermana murió, trasladaron con sigilo su cadáver a un lugar secreto ¿Podéis imaginar cuál era ese lugar y la razón por la que hemos venido hoy aquí, exactamente a La cueva del toro?
»Nadie supo que Sol había muerto y yo, como estaba proyectado por mi padre, suplanté su identidad. De esta manera, alejó definitivamente el fantasma de mi expulsión. Ahora, amado mío, sí uniré mi vida a la vuestra sin ningún secreto que pudiera ensombrecer nuestra existencia.
«Ahora entiendo», pensaba Pedro «que el sentido de aquellas enigmáticas palabras esculpidas en la piedra no era otro que el deseo de Soraya por dejar un rastro de su cambio de identidad. Quería, de alguna manera, que la unión entre su hermana y ella perdurara a través de los siglos. Y hay quien asegura que allí también yace el cuerpo de Soraya».
Mercedes Peregrín
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