Entre las cañas, la hermosa mujer de negro voló hacia la luna por los bosques grises de pinos y álamos, entre los olivares fangosos y los ríos secos. Como siempre aquel esfuerzo fue vano, no lo encontró. Pareció ver a su amado durante un momento, pero solo eran otros dos pútridos vagantes, que castigó devorando sus almas. Y entonces la desesperación arreció en su corazón marchito, no era una desesperación normal, pues cada vez la certeza de no encontrar a su amor se cernía insoportable. Por primera vez en mucho tiempo, esa misma desesperación la empujó tímidamente a las casas violetas de más allá de la seguridad que le proporcionaban las plantas y los animales, posándose en el vigoroso eucalipto que abre las puertas a la fuente del paraíso. Entre la penumbra violácea notó luces misteriosas adentrándose en una pequeña iglesia, así que caminó a hurtadillas hacia la puerta. Escondida en las sombras de la entrada pudo observar la iglesia dividida en tres secciones, separadas por arcos y una tenue luz inundaba la estancia.
Un cura sosteniendo un candil y un hombre sujetando una vieja escopeta aparecieron de improviso detrás de un pilar y la mujer escuchó atentamente. Balaron asustados de los asesinatos despiadados que ocurrían en el sotobosque lejos de los ojos de su querido Señor, de cómo no se encontraban cadáveres sino solo tripas arrancadas salvajemente en un lecho de plumas negras. La mujer sonrió. Continuaron hablando de la necrópolis y sus siseos que presagiaban el despertar de las fuerzas de la serpiente en las entrañas subterráneas del pueblo. La gran batalla de la Axarquía se avecinaba y el cura le dio la misión al hombre de acabar con el demonio emplumado antes de la batalla decisiva.
Al girarse, el hombre reveló el rostro para la mujer. Aquel rostro de ojos negros y pelo castaño, de facciones duras que todavía no pierden la ingenuidad de la adolescencia, ¿era posible? Su corazón se llenó de júbilo y volvió a latir como hace tantos siglos. Sin duda era él, su amor. El hombre cargó la escopeta y fue directo hacia el bosque, viendo de reojo a una joven sentada frente a la iglesia.
Horas después, dejando atrás los bosques, entre un olivar remoto pudo observar un peñasco al lado de un arroyo y encima de él la misma mujer de la iglesia. No se había percatado hasta entonces pero su alma hablaba maravillas sobre ella, pues era increíblemente bella y misteriosa. Se acercó con un saludo tímido reconociéndola como la mujer de la iglesia y ella le propuso sentarse en su mismo peñasco frente a la luz de la luna. Charlaron durante largo tiempo y esa conexión se hizo patente entre ambos. En un momento entre risas vergonzosas la mujer le instó a seguirla y como no, el enamorado la siguió entre las cañas a su palacio ruinoso de cristal. El edificio, que parecía sacado de cuentos de hadas, apenas sorprendió al hombre que entró encontrando a la mujer en el balcón del segundo piso. Ella lo miró con cariño y allí se acariciaron y al final se dieron un beso de amor.
A la mañana siguiente, el hombre despertó en una cama antigua y extraña hecha de paja y palos y almohadas deshilachadas. A su lado la mujer dormía plácidamente como un ángel, él la miró y se levantó y entonces un asqueroso hedor llegó a sus fosas nasales. Cogiendo la escopeta fue a comprobar de donde provenía. Bajo la escalera que conectaba el primer piso con el segundo, había una puerta que el hombre abrió para comprobar unas catacumbas apenas iluminadas por ventanas selladas con barrotes. Estaban llenas de huesos y cadáveres frescos de amigos y vecinos y entre ellos su hermano y su padre que la anterior noche huyeron hacia la ciudad vecina. Se horrorizó inimaginablemente, eso no era una mujer era una bestia. Tras él un sonido como un graznido resonó por el túnel que llevaba a las catacumbas. Corrió por los pasillos de piedra negra y huesos mientras los sonidos se acercaban hasta la desembocadura de la cueva. Allí afuera la mujer, esta vez emplumada con ojos negros de cuervo, rogó al hombre que volviera y no la dejase en su soledad. Pero el hombre antes que terminase de hablar, disparó a su corazón, y ella cayó sin vida al suelo.
El hombre triste y desgarrado, por la traición, la desesperanza y la pérdida volvió sin mirar atrás a su pueblo dándose cuenta que el antes pueblo, no era más que unas ruinas de piedra y carne quemada. Unas nubes negras descargaban sus rayos y su agua sucia de hollín en el pueblo. La gran batalla pareció haber empezado y terminado hace milenios y ahora incluso su casa, su lugar en este mundo fue presa de las llamas. Corrió hacia la iglesia mientras sonidos de ultratumba se escuchaban por doquier. Al llegar encontró al cura herido bajo una viga y le dijo que corriera lejos de este infierno hacia la fuente, allí encontraría a Dios y el paraíso y allí se escondían los pobladores que consiguieron escapar al destino final, que el mismo alcanzó momentos después.
Cuando salió de las brasas de la iglesia el día se hizo noche pues el sol fue eclipsado por la serpiente alada, emplumada y antigua que observaba todopoderosa desde el reino de los cielos. Corrió hacia la fuente sin detenerse, mientras cientos de seres deformes surgían de grietas en suelo, los cerros del horizonte se volvían volcanes y los árboles carne con ojos y bocas hambrientas. Al fin estando a un solo paso vio que lo que quedaba de la fuente era un agujero gigante hacia el abismo. Los monstruos le cerraban el paso y durante un momento la esperanza se apagó en el hombre, pero entonces un cuervo gigante y sangrante arremetió contra las monstruosidades del averno haciéndolas explotar en mil pedazos. El hombre aprovechó la repentina pelea para escabullirse entre la carne y las plumas negras y armándose de valor, saltó al abismo y mientras caía el horrible graznido del ave de la muerte cesó con un grito ahogado.
-Vender
Comments