Por primera vez la puerta de su habitación estaba cerrada. Ni siquiera cuando sus hijos eran pequeños y entraban en momentos inoportunos la cerraba. Ella y su marido, Juan, habían educado a sus hijos en la confianza, la libertad y la no existencia de secretos familiares. La puerta del baño tampoco se cerró nunca por dentro. Y ahora se arrepentía. Los años habían pasado y sus hijos habían sufrido por cosas vistas y oídas. Esta vez no la verían llorar ni la oirían hablar quedo con el hospital.
Hacía una hora aproximadamente que habían llamado desde allí: su marido había tenido un accidente de coche y estaba debatiéndose entre la vida y la muerte. Al colgar el teléfono intentó tranquilizarse y pensar en cómo decírselo a los chicos. Era ya casi Navidad y las luces de las calles no invitaban a sentirse tristes.
Sacó lo primero que encontró en el armario, se vistió rápidamente y abrió el pestillo de la puerta:
—¡¡ Chicos, preparaos!! Nos vamos a ver el árbol de la plaza y luego hasta el hospital. Tenemos que visitar a alguien —les comunicó casi gritando.
—No nos apetece, mamá —contestaron al unísono—. ¡Estamos en medio de una videollamada con amigos!
—Esta vez es una orden. Apagad la luz antes de salir. Os espero en el coche.
Los chicos obedecieron a regañadientes y en menos de una hora se encontraban ya en medio de la enorme multitud que se apelotonaba alrededor del árbol de Central Park. Allí era fácil despistarse.
—¡Cuidado, Juanito ! Hay mucha gente, no vayas a perderte —le advirtió su madre—. Y tú, Olga, controla a tu hermano, eres la mayor.
—Ya estoy harta de esa responsabilidad, mamá. Que se cuide solo —contestó algo enfadada Olga.
Como su hermano sólo tenía seis años y era muy despistado, había que estar pendiente de él. Olga no hizo ningún caso a su madre y se alejó un poco a ver escaparates, aunque de vez en cuando volvía la cara para ver dónde estaba Juanito. No se perdonaría que le ocurriese algo malo.
Mientras tanto su madre seguía dándole vueltas a cómo darles noticias del accidente y el momento adecuado para dirigirse al hospital. No podía demorarlo más,
quizá fuese ya tarde... Absorta como estaba ella en ese momento no se dio cuenta de que alguien le estaba abriendo el bolso y robándole la cartera. Pero Juanito observó cómo una mujer joven se agachaba al lado de su madre y cogía algo del suelo. Se fijó bien: era la cartera. Intentó decírselo a su madre pero era tal el vocerío de la gente que ella no le escuchó. Decidió seguir a la chica, pero afortunadamente, antes de hacerlo, su hermana ya se había enfrentado con ella y la cartema devuelta. Así que ni se lo mencionaron a su madre, la veían ausente y preocupada por algo.
—Vamos ahora rápido al hospital, hijos míos —dijo nerviosa.
No hicieron falta las prisas. En ese momento sonó el móvil. Su marido acababa de fallecer. No pudieron despedirse. Y en las calles seguía escuchándose Noche de Paz, Noche de Amor
Adita
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