Por primera vez la puerta de su habitación estaba cerrada. Nunca antes había sido así, había habido algún portazo que otro, pero al poco, la vida volvía a la normalidad casi al tiempo que tardaba en disiparse el ruido.
Esta vez era diferente, no había ocurrido nada especialmente insuperable, no existía un desencadenante que lo pudiese explicar. No era la respuesta de una discusión, era peor, bastante peor. Era un reproche almacenado en los armarios durante años que nunca quisimos afrontar y ni siquiera materializar en palabras. La gota y el vaso…
Yo nunca he sabido traducir a palabras los sentimientos que anidan en una relación. Casi se daban por supuestos, o si no, al menos se deducían a partir de gestos. Soy muy poco vehemente en mis expresiones de afecto, como en casi todo, por supuesto. Quizás para ti una relación feliz debía estar revestida de una pirotecnia afectiva, de una explosión de luces multicolores que desde fuera fuese imposible no apreciar.
Bien sabes que no estoy especialmente dotado para vincularme afectivamente con nadie. Que intervengo poco en las manifestaciones de afecto, y en las relaciones no consigo estar presente con el entusiasmo que se podía esperar, voy siempre arrastrando los pies y con la lengua fuera. Voy obsesionado con no defraudar las expectativas y temeroso de que al final mi esfuerzo no sea suficiente y no sirva para nada. Y el caso es que en algunas otras ocasiones, ha sido para nada.
Nunca seré un argentino celebrando un mundial. Me desbordan y hasta me salpican esas manifestaciones exageradas de entusiasmos de cualquier índole, me duelen los ojos cuando veo que alguien arrodillado ofrece a otro un anillo a cambio de una boda.
Es imposible que cambie lo suficiente como para que pueda perder ese perfil bajo que demuestro. No sé muy bien si te quiero, pero estoy absolutamente seguro de que nunca sabré decírtelo como tú esperas cuando al final se abra esa puerta de tu habitación.
Joaquín García
Comentarios